TARDES DE DOMINGO 22.06.2025. Gustavo Adolfo Ordoño, «Aclimatando el alma en Canarias»

Gustavo Adolfo Ordoño. Madrid

Historiador y periodista. Es el autor y editor del sitio web dedicado al estudio de la dialéctica «Civilización y Barbarie» desde la perspectiva histórica, https://www.paxaugusta.es, que ha cumplido más de diez años como cabecera digital en español. Ha trabajado como reportero de televisión y de agencias, publicista, asesor editorial y documentalista especializado en la gestión de la información documental. Libros publicados “La Guerra de Ifini” 2018  y “Guinea Española” 2024,  Almuzara.

TARDES DE DOMINGO.                                                 BPB                                    Temas: Historia

Aclimatando el alma en Canarias.

 Manuel Iradier y Bulfy (1854-1911) nos cuenta en su libro Fragmentos de un Diario de Viajes de Exploración en la zona de Corisco que el 13 de enero de 1875 llega a la isla de Gran Canaria donde «permanezco tres meses esperando la buena estación del Ecuador, y dando tiempo para no sufrir un rápido cambio de temperatura». Un chaval, como se decía en mi época, de Vitoria con 19 años pero con la fuerte convicción de emprender un viaje determinante para la exploración española en el Golfo de Guinea. Hacer escala en Gran Canaria era importante porque lo que más temía, como otros exploradores europeos, eran las enfermedades tropicales que los cambios de clima podían provocarle.

 

 Permanecerá durante tres meses, supuestamente aclimatando su cuerpo a temperaturas «más ecuatoriales». Especifica que recorre a pie en la isla durante esos días unos 187 kilómetros, haciendo varias rutas semanales en busca de minerales y observando los cambios meteorológicos en diferentes puntos de Gran Canaria. Una preparación física y mental para emprender su viaje a la región de Corisco, en el África Central con posesiones territoriales españolas que constituirían la futura Guinea Ecuatorial. Unas posesiones sin explorar y hacer «derecho» sobre ellas. Algo que Iradier iba a cambiar con sus viajes de exploración pioneros. 

 

Existía en la época, marcada por el auge de las exploraciones geográficas y la expansión colonial europea por África, la idea de que Canarias resultaba un lugar excelente para aclimatar cuerpos y… almas. Esto es así por el clima subtropical de estas islas españolas y su proximidad a las costas africanas. Ofrecía un entorno ideal o, más bien, idealizado para que los exploradores se adaptaran gradualmente a las condiciones que encontrarían en el continente africano. Visto desde la perspectiva científica actual encontraríamos muchos reparos a esta idea de «climatización canaria» para viajar a África.

 

Sin embargo, en el siglo XIX se asumía como necesaria hasta para «aclimatar el alma». Una idea nada peregrina si entendemos la mentalidad de la época. Canarias era el último bastión de la civilización europea que el viajero se iba a encontrar antes de emprender sus viajes al África ignota. Una tierra imaginada y percibida como llena de «incivilizados salvajes» a los que salvar el alma llevando tanto la civilización como la fe cristiana. Manuel Iradier estuvo lleno de esos prejuicios como hombre de su tiempo, aunque también se aprecia en sus diarios un afán naturalista por conocer mejor, además de su geografía, al alma del africano.

 

Ironías de la vida, Iradier acabaría muriendo por unas malas fiebres contraídas en su segunda expedición por el Golfo de Guinea (1884-1885). A diferencia del primero realizado una década antes y casi en privado, este segundo viaje era oficial y organizado con el empuje de la Sociedad Española de Africanistas y Colonialistas. Los expedicionarios, incluido Iradier como uno de sus líderes, estaban mejor preparados y pertrechados. Incluso el alma del explorador vitoriano ya sabía aclimatarse a la idiosincrasia africana. Pero enfermó gravemente a mitad del viaje y regresó a España para recuperarse.

 

Casualidades de la vida, Iradier fue a morir a un pueblo de la sierra segoviana que he frecuentado mucho con mi familia por motivos de ocio y descanso. Esto último era lo que buscó el explorador vitoriano tanto para su enfermizo cuerpo como para su cansada alma. En Valsaín (Segovia) muchas tardes de sobremesa, al cobijo de la sombra de unos grandes abetos, he caído en la cuenta que quizás el explorador Manuel Iradier disfrutó cien años antes del mismo frescor y aire serrano que yo intentando «desaclimatarse» de ese clima ecuatorial que empezó a acomodarse en Canarias. No lo consiguió, fue un europeo más muerto por unas fiebres tropicales mal curadas en 1911.

© Gustavo Adolfo Ordoño 

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