Según la Psicología Social, nos pasamos la vida percibiendo e interpretando lo que ocurre a nuestro alrededor. Esta disciplina parte del supuesto de que nuestros pensamientos, emociones y conductas son, en gran medida, producto de la influencia de los demás. Y no es necesario una interacción directa, ni siquiera que los demás tengan intención de influirnos. Nos afecta incluso cuando estamos solos. Es resultado de lo que se ha llamado: la sociabilidad del ser humano, es decir, su capacidad y necesidad de relacionarse con sus congéneres.
Pero esta relación con los demás supone, la mayoría de las veces, un desgaste personal y un auténtico desafío para cualquier individuo. Sabemos que para avanzar en la vida y luchar por nuestros objetivos (personales o profesionales) dependemos de los demás. El cansancio psicológico es mayúsculo, porque no sólo tenemos que sacar energía y automotivarnos para emprender cualquier proyecto, no sólo no debemos desfallecer ante los obstáculos, sino que además hay que tratar con personas. Y esto a nadie deja indiferente, porque suele ser lo más complicado.
¿Qué hacer entonces? Aquí es cuando debe aparecer nuestra inteligencia y sensatez; y sólo luchar en cuestiones cruciales que verdaderamente importen, eligiendo qué “batallas” librar, tras valorar si el precio o la energía consumida vale la pena. Distinguir unas de otras es el verdadero reto, si bien la mayoría de las veces la solución es sencilla: ceder y ser más tolerantes con los defectos ajenos.
Para el psicólogo Goleman ceder implica autorregulación, una habilidad clave en la inteligencia emocional. También lo afirma un proverbio árabe: un corazón tranquilo vale más que un cofre de oro. En efecto, la serenidad interior es más valiosa que cualquier riqueza material. Finalmente, en la Biblia, ceder es expresión de sabiduría y paz.
La próxima vez que sientas que estás en una lucha de egos, pregúntate: ¿vale la pena? Tal vez ceder sea el acto más valiente y sabio que puedas hacer ese día.