TARDES DE DOMINGO 02.03.2025. Gustavo Adolfo Ordoño, «Mi ascensión de riesgo al Teide, el «Echeyde» de los guanches»

Gustavo Adolfo Ordoño. Madrid

Historiador y periodista. Es el autor y editor del sitio web dedicado al estudio de la dialéctica «Civilización y Barbarie» desde la perspectiva histórica, https://www.paxaugusta.es, que ha cumplido más de diez años como cabecera digital en español. Ha trabajado como reportero de televisión y de agencias, publicista, asesor editorial y documentalista especializado en la gestión de la información documental. Libros publicados “La Guerra de Ifini” 2018  y “Guinea Española” 2024,  Almuzara.

TARDES DE DOMINGO.                                                 BPB                                    Temas: Historia

Mi ascensión de riesgo al Teide, el «Echeyde» de los guanches.

 Soy hipertenso esencial. Eso quiere decir que no se sabe con exactitud las causas de tener la presión arterial elevada. Desde hace más de veinte años estoy medicado para controlarla y justo cuando empecé ese tratamiento estaba de viaje de novios en Tenerife. Una mañana algo nublada en esa isla afortunada impedía disfrutar de las piscinas del Lago Martiánez, diseñadas por César Manrique, que eran el principal interés turístico en el complejo donde nos alojábamos. Decidimos aprovechar para hacer una visita al Teide alquilando un pequeño turismo.

 

Al llegar a los pies de la cima, donde se puede tomar un teleférico para ascender a ella, comprobé en un gran cartel los temores que barruntaba. Por lo visto, viajar a zonas de altura trae consigo el aumento de la presión arterial en general y en pacientes hipertensos lo agrava. Todo es debido al efecto de la menor disponibilidad de oxígeno en el aire. Así venía advertido en ese cartel con las recomendaciones para subir hasta el mirador del gran volcán canario. Abstenerse hipertensos. Miré cariacontecido a mi pareja y no sin cierto reparo, tragando saliva, dije que no pensaba dejarla sola y que subiría con ella. No iba a pasarme nada, la tranquilicé intentando mostrar el aplomo suficiente.

 

Pero pasó. No llevábamos ni cinco minutos caminando hacia la cima por un sendero recomendado desde el mirador base cuando para mí comenzó a oscurecer, mareado y aturdido, a sentir que me ahogaba. Me vino a la mente un pez plateado que saltó a una roca en la playa, boqueando mientras intentaba el respingo que le salvaría la vida volviendo al agua. Escuché en ese momento contar a alguien creer estar viendo desde allí la silueta de la isla de Lanzarote. El cielo se estaba abriendo por ese lado y como el mar que Moisés separó, el mar de nubes que teníamos a nuestros pies trazaba un camino hasta una línea marrón flotando en el océano. Hacer ese esfuerzo por contemplar otra isla canaria agotó mis fuerzas. Pedí a la que pronto sería mi mujer que me ayudase a regresar al teleférico.

 

La bronca de aquel enfermero canario fue paternal y hasta más condescendiente que la de mi disgustada acompañante. Entendía que hubiera querido subir, “estas vistas son únicas” dijo lleno de orgullo y la indicación del cartel era una recomendación, no una expresa prohibición. Me recomendó inspirar y expirar en profundidad lentamente para relajarme, no recuerdo si también me facilitó una aspirina pero al poco rato ya me encontraba mucho mejor en esa estación-base de la cima del Teide. Además, me animó a seguir la visita desde las barandillas de ese mirador donde te dejaba el teleférico. No debía preocuparme, a mucha gente le pasaba ese mareo por la falta de oxigeno y por eso existían allí un botiquín y un enfermero.

 

Disfruté mucho más esos minutos en la base de la cima del Teide después de sufrir ese “pequeño accidente”. Entendí que ese riesgo asumido estaba en la misma razón de ser de la vida. Los guanches, los aborígenes canarios, así lo entendieron al contarnos que el Teide, Echeyde para ellos, significaba la morada de Guayota, el Maligno. La leyenda nos cuenta que Guayota secuestró al dios del Sol, Magec, y lo encerró en el interior del Teide. Para ello tuvo que llevar al Sol en volandas hasta la boca de la cima y en la subida Magec comenzó a palidecer, a “marearse en sombras”, terminando por desaparecer en la oscuridad del interior del volcán.

Se trata de una hermosa metáfora de lo que pudo ser una gran erupción volcánica del Teide en esos remotos tiempos de los guanches, donde las nubes de polvo cubrirían al astro sol. Es fácil imaginar la pesadumbre de esas gentes al ver como la oscuridad se apoderó de la isla. Pero, como un servidor, lograron rehacerse y luchar contra esa oscuridad llamando a su “enfermero”. Pidieron ayuda a Achamán, su ser supremo celeste. Este dios del cielo consiguió derrotar al maligno Guayota y sacar al Sol de su cautiverio. Para que no volviera a encerrar a la “luz”, al sol, logró también taponar la boca del Echeyde. Se sospecha que el “tapón” puesto por Achamán es el llamado Pan de Azúcar, el último cono volcánico que corona al Teide.

Deja un comentario