NÉSTOR DORESTE PADILLA. «La Filosofía de la Playa de La Laja» Capítulo 3. (Próximo Capítulo día 24)

«Los padres y las madres, con sus hijos, se reunían con mucha frecuencia en una de las terrazas a pasar la tarde. El diálogo que se producía, siempre acompañado de un exquisito sentido del humor, amenizaba gratamente esos ratos de ocio y de serena tranquilidad.»

«Siendo niño y más tarde joven, allá entre los años 1.950 y 1.980, fue cuando se terminó de consolidar entre algunos de los jóvenes de las familias esa profunda, noble y hermosa filosofía “lajera”.»

«Por suerte, mi primo Arístides Jaén y su mujer, Loli, alquilaron, junto con los suegros de él, Miguel Medina y Lola Vera, la  “Casa de los Ramírez” (un año antes la habían tenido Mireya Jaén y su marido, Adolfo Jiménez) y, entonces se produjo como un renacer en el día a día de la antigua “Playa de La Laja”

La Filosofía de la Playa de La Laja

Capítulo 3

Cómo es lógico, escribo este relato desde mi propia perspectiva de niño y de joven. Es como lo viví personalmente. Es muy normal que haya alguien que opine otra cosa o que haya asimilado de forma diferente lo ocurrido en esas bonitas estancias veraniegas que, para mí, repito, fueron transcendentales porque influyeron positivamente  en mi comportamiento futuro, ya que tuve la gran suerte de poder apreciar aquellos valores que se desprendían, día a día, de una hermosa y siempre plácida convivencia. Pero, sin duda, debe haber algunos antiguos residentes que no hayan descubierto ese aspecto sentimental de la playa, que yo tanto destaco y aprecio.

Los padres y las madres, con sus hijos, se reunían con mucha frecuencia en una de las terrazas a pasar la tarde. El diálogo que se producía, siempre acompañado de un exquisito sentido del humor, amenizaba gratamente esos ratos de ocio y de serena tranquilidad. Normalmente se incorporaban algunos de los veraneantes con cualquier tipo de enyesque y la entretenida reunión se prolongaba hasta la hora prudente del retiro para el descanso nocturno. De alguna forma, los mayores también utilizaban esos meses para descargar la tensión del trabajo y de las preocupaciones laborales cotidianas.  

Siendo niño y más tarde joven, allá entre los años 1.950 y 1.980,  fue cuando se terminó de consolidar entre algunos de los jóvenes de las familias esa profunda, noble y hermosa filosofía “lajera”. Hoy en día, tal como les dije antes, si hablamos de aquellas experiencias, nos denominamos “lajeros” sólo los que amamos y recordamos muchísimo lo que fue y supuso la Playa de La Laja. Yo creo, e insisto en ello, que es porque aún conservamos intactos aquellos valores inculcados por el trío formado por los abuelos Néstor, Miguel y Agustín, valores que, después, nos transmitieron nuestros padres y que, más tarde, nosotros lo hicimos con nuestros hijos, de los que muchos de ellos se siguen considerándose “lajeros”, con toda la razón del mundo.

                               

En este relato sobre lo que opino qué es lo que se supone ser “lajero”, no se puede evitar nombrar a nuestras madres, que fueron los verdaderos artífices de haber conservado siempre ese buen ambiente tan agradable entre los residentes.

Maruca Pérez, Pino Padilla, Pino Castro, Nora Fernández, Rafaela Padilla, Bernarda Doreste, Lola Doreste y Enriqueta Rodríguez, fueron las que construyeron la base “lajera” de aquellos grupos familiares permitiendo que sus descendientes: Pinito, Tino, José Manuel, Tatalo,  Jorge, Juanita, Teresita, Sito, Perico, Pablo, Ángel, Paca, Norma, Pimpina, Margot, Fernando, Milagrosa, Juan Sebastián, Tato, Nora, Ana, Pepe, Javier, Meluco, Mary Berta, Feluca, Néstor, Chave, Ana Rosa, Macame, Lolina, Tali, Humberto, Olga, Alicia, Yayi y María Victoria descubrieran lo que hoy es un recuerdo feliz que acompaña, un recuerdo entrañable que aún permanece vivo, una felicidad eterna que nos hace sonreír y nos alegra.

Cuando todo ese grupo de jóvenes nos hicimos mayores y La Laja se fue convirtiendo en un lugar más conocido y visitado por otras personas y, entonces, se perdió algo de aquella formidable intimidad inicial. Nuevos veraneantes, diferentes a los que convivieron conmigo en mi niñez y en mi juventud, se incorporaron al “censo” pero, afortunadamente, la mayoría de ellos se integraron pronto en el conjunto, logrando que continuara aquel ambiente inicial con el que tanto disfrutamos.

Por suerte, mi primo Arístides Jaén y su mujer, Loli, alquilaron, junto con los suegros de él, Miguel Medina y Lola Vera, la  “Casa de los Ramírez” (un año antes la habían tenido Mireya Jaén y su marido, Adolfo Jiménez) y, entonces se produjo como un renacer en el día a día de la antigua “Playa de La Laja” porque, dado su carácter fuertemente familiar y generoso, se continuaron organizando las entrañables reuniones familiares y se recuperó la filosofía. Además, poco después, mi tía Poly Doreste y mi primo Luky alquilaron la casa contigua por su lindero norte y eso ayudó todavía más al regreso de la magia de aquellos años anteriores. Así fue como el ambiente de alegría se mantuvo hasta que, por desgracia, las expropiaciones demolieron las viviendas y todo pasó a ser un bello y hermoso recuerdo inolvidable. El progreso triunfó por encima de la sana convivencia. Algo de nuestra propia identidad de pertenencia a un lugar se quedó en el camino y se tuvo que guardar para siempre en forma de recuerdo.

La generosidad como anfitriones de los matrimonios Arístides y Loli y los padres de esta, hizo que el buen ambiente brillara de nuevo. Al rescatarse aquellas divertidas reuniones volvieron los paseos, las pescas, las excursiones, las sesiones de música clásica y los aperitivos, lo que facilitó que no desapareciera la hermosa filosofía que muchos años antes había nacido entre los antiguos veraneantes.

Capítulo 4 día 24

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