Me gusta la palabra viejo, y me gusta ser viejo. He tenido la enorme suerte de ser feliz en la mayoría de mis etapas de la vida, he disfrutado de los amigos en la infancia y de la familia siempre. Fui muy feliz en mi trabajo, me apasionaba cada día, cada reunión, cada viaje. Me ilusionaba con los objetivos, los de la empresa, los de los equipos de trabajo, y los míos propios. Tener una empresa, trabajar para una empresa, es una aventura inolvidable.
Trabajar para cualquier empresa es un gran reto, pero cuando trabajas en una empresa familiar todo se te hace más cercano, como más tuyo, más humano. Y la vida sigue dando pasos y vas teniendo cada vez más experiencia, y te vas sintiendo más seguro.
Y también te vas haciendo más viejo. Sí, sí, no más mayor, más viejo. Y si te aceptas, cada vez te gusta más y te sientes mejor. En 1996 murió mi madre y mi hijo Alberto publicó un artículo en La Provincia que se titulaba Hasta luego vieja
“Aquel olor a café tostado que venía de la cocina; las revistas del corazón semanales en el salón de tu casa de Tomás Morales. Tus ojos azules claros, la manera de andar que te caracterizaba, callada, silenciosa, las manos cruzadas y la mirada fija, observadora, de madre, abuela y mujer; tu ensaladilla, tan famosa……. Sé que la vida no acaba porque sí…..quizás por eso abuela, no voy a decirte más que tres palabras, con confianza, y tal y como te decía mi padre siempre, a punto de marcharse, y con la puerta entreabierta, tu mirada fija y la sonrisa espontánea puesta en él, “Hasta luego vieja”.
Tantos años después me encuentro con este artículo tan bonito y me recuerda que la despedida a mi madre siempre era esa, hasta luego vieja. Y ahora el viejo soy yo. Y defiendo la palabra viejo y todo lo que significa llegar a serlo con aceptación y alegría, dejando pasar muchas cosas que ya no puedes hacer pero abrazando otras que te pueden dar momentos de gran felicidad.
Y también vas cambiando, ya no puedes hacer los alardes físicos que te ofrecía la juventud, incluso la madurez. Sabes, y reconoces, que tu cuerpo no es el mismo, que no aguanta tanto, que te cansas más y que tus fuerzas te ayudan hasta cierto punto, y que a veces tienes que dejar lo que estás haciendo, parar, para en otro momento continuar.
Y los sentimientos. La experiencia de tantas situaciones vividas te ofrece otros pensamientos quizás más razonados. El corazón se ablanda, se hace más sensible a las injusticias, te indigna más las situaciones de pobreza, y a veces te ves impotente ante torpezas repetidas por los mejores situados, por los que mandan, sobre los que tienen que obedecer maniatados por la necesidad.
Me siento bien, con este corazón más débil físicamente, más sensible a las emociones, pero más sereno ante la vida.