NÉSTOR DORESTE PADILLA. «La Filosofía de la Playa de La Laja» Capítulo 1. (Próximo Capítulo día 17)

«Hasta finales del siglo XX, en el kilómetro cinco de la misma carretera, había un pequeño túnel rudimentario, muy cerca del sitio donde hoy está levantada la escultura El Tritón, conocido como Túnel de Telde.»

Túnel de La Laja. (Fotografía de Da Luz Perestrello, Internet.)

«A cuatro kilómetros de Las Palmas de Gran Canaria, se encuentra una hermosa playa de arena fina y oscura en forma de concha, de unos 1.200 metros de largo y de un ancho medio de 40 metros a marea vacía, que se llama Playa de La Laja.»

La Filosofía de la Playa de La Laja      

Capítulo 1

Hubo un tiempo en que era conocida como “La Caleta de San Sebastián” y más tarde como “Fondeadero Puerto de La Lasca” porque en ella se apotalaban embarcaciones pesqueras de bajura. En el siglo XVI, el ingeniero italiano Leonardo Torriani, como técnico contratado por Felipe II destinado a Canarias, la incluyó en su  magnífico mapa de la Isla de Gran Canaria con el nombre de “Playa de La Laxa”, hasta que, años después, quedó como definitivo el nombre con la que se le conoce hoy, “Playa de La Laja”, llamada así por la existencia de una cantera  vertical de rocas basálticas de unos veinte metros de altura, situada en su margen poniente, de la que se sacaban rocas sedimentarias lisas y planas, llamadas “lajas” para ser utilizadas en la construcción. Estas obras de excavación fueron prohibidas más adelante por “la preocupación que causaba en las autoridades la extracción y el daño que hace la mar comiéndose la tierra donde quiera que la piedra se saca”.

Hasta finales del siglo XX, en el kilómetro cinco de la misma carretera, había un pequeño túnel rudimentario, muy cerca del sitio donde hoy está levantada la escultura El Tritón, conocido como Túnel de Telde. Desde allí, en el borde del risco llamado “Punta del Palo”, magnífica zona de marisqueo y de pesca, mirando hacia la playa, se podía contemplar como las olas de la marea llena de reboso golpeaban fuertemente contra los rompeolas de las casas situadas a pie de playa, levantando un espectacular muro de espuma blanca y agua que se elevaba cuatro o cinco metros de altura que, al caer, salía despedida de vuelta al mar encontrándose con la nueva ola que venía hacia la orilla, formándose, en el encuentro entre ellas, otro vistoso muro vertical, también de espuma y agua, que salía despedido hacia lo alto en diferentes direcciones. Siempre pensé que ese hermoso movimiento blanco y transparente era la forma que tenía la ola de protestar enérgicamente por habérsele impedido continuar su natural recorrido para morir descansada y mansamente en la orilla.

Las casas estuvieron en uso hasta finales de la década de los años noventa, que fueron expropiadas y derribadas para el ensanche de la antigua carretera y su transformación en la actual autopista.

A marea baja, la gran superficie de arena dura permitía practicar todo tipo de juegos, deportes, regatas, paseos, competiciones y pescas de aire, lanzado, redes, trasmallos y tarrayas. El marisco situado al norte de la playa era un marisco muy rico en pescados, crustáceos y moluscos, lo que hacía las delicias de todos los mariscadores, profesionales o no. Era raro el día,  la tarde o la noche, en este último caso iluminados con un mechón hecho de telas y trapos bañados en gasoil, que no habían varias personas arremangadas cogiendo piezas en los charcos, bien a mano o bien con pequeñas nasas, fijas o guelderas, incluso con un alambre metálico con un nudo y un trapo blanco para cantarle a la morena “jo, morenita, jo” invitándola a que saliera de su cueva y pescarla cerrando rápido el nudo. También se solía pescar con trasmallos de fondeo, que se calaban aprovechando la marea llena, en un sitio estratégico elegido por los pescadores para, después, recoger a marea vacía el pescado enmallado en sus paredes.

A finales de la década de los años setenta del siglo XIX, en el lado norte de la playa, se construyó el primer edifico de una planta de altura destinado a lonja, donde se controlaba, se almacenaba y se vendía el pescado capturado por los pescadores. Ese fue el motivo por el que empezaran a venir a la playa personas no habituales, ya que sus únicos usuarios, hasta ese momento, eran los profesionales de la pesca de bajura de los cercanos barrios marineros de Cardoso, conocido hoy como Hoya de la Plata, de San Cristóbal y, del ya desaparecido, Las Tenerías.

Alguna que otra vez, calaban sus redes y trasmallos pescadores venidos del sur de la isla, por ser una playa bastante conocida entre el gremio de la pesca, porque abundaban los pescados y era muy cómoda para echar los correspondientes lances debido a su amplia y lisa superficie arenosa, lo que facilitaba el trabajo de tirar con los estrobos de las mangas del copo, si eran redes, o de las propias paredes, si eran trasmallos de arrastre, incluso para dejar varados los barcos sobre los mismos parales, apoyados una burra de forma piramidal de madera.

A partir de esa primera edificación destinada a lonja, que muy pronto se transformó en vivienda, conocida en mi época infantil y juvenil como la “Casa de los Trujillo”, se empezaron a levantar los trece edificios restantes que hubo en la playa. La segunda casa que se construyó se hizo junto a la pared medianera del lindero sur de la citada lonja, a finales de la década de los años ochenta del siglo XIX. En el dintel central de la planta alta se había escrito la fecha, utilizando un pequeño abultado de mortero de cemento para hacer las letras, que decía: “Enero 1.880”. En mi época de niño y de juvenil, era conocida como la “Casa de Simón Doreste, Federico León y Pepe Jiménez” y destacaba de lejos por los tres grandes arcos que tenía su terraza exterior techada. Pasados unos años, los dos últimos edificios, la “Casa de los Padilla” y la “Casa del Gallo” se construyeron entre 1.920 y 1.930. Hasta la década de los sesenta del pasado siglo,  las viviendas carecían de agua y de luz y se tenía que recurrir a petromax de petróleo de mesa y de colgar, quinqués de petróleo, carburos y velas para iluminar las estancias. Respecto al agua, unas disponían de una aljibe enterrada, que se subía a los depósitos con bombas, y otras de depósitos en las azoteas. Muchos de los desagües iban a tener a un pozo negro construido en el subsuelo del interior de cada casa.

(Capítulo 2 día 17)

5 comentarios en «NÉSTOR DORESTE PADILLA. «La Filosofía de la Playa de La Laja» Capítulo 1. (Próximo Capítulo día 17)»

  1. Entrañable historia de » La Laja» , donde jugamos de pequeño, bonitos recuerdos de la familia, costumbres de la época en la playa que Néstor con excelentes letras nos hace llegar como un cuento o novela ; cada línea transmite intriga e ilusión por lo que contará después. Maravilloso!. Gracias Néstor por tu » relato » , ojalá no tenga fin !. Abrazos!. Jorge Padilla.

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    • Muy acertado Jorge, ojalá y no tenga fin. ESte relato de La Playa de La Laja es un una pequeña joya sobre lo entrañable que eran las familias y los rincones de Canarias a mediados del siglo pasado. Deliciosamente contado. Tener a Néstor para que lo cuente es impagable. En esta web tenemos varios relatos suyos que están a disposicón de todos, y éste de La Laja, del que todavía nos queda por disfrutar tres capítulos más, espero y deseo que no sea el último. Tengo una petición para Néstor en la recámara. Saludos.

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  2. Este primer relato nos introduce en nuestra playa de La Laja con la sabiduría y el conocimiento de Néstor Doreste. Esas casas de otros tiempos tan llenas de vida y de sal. La descripción de la marea rompiendo contra los rompeolas es magistral. Muchas gracias Néstor, estamos esperando por los otros capítulos.

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  3. Este primer relato de Néstor nos revela su conocimiento sobre la playa de La Laja. Él es capaz de contar con gran maestría como descarga la marea su fuerza en los rompeolas; los inicios de esas primeras casas llenas de rostros, muchos de ellos desaparecidos, y apellidos conocidos. Muchas gracias, Néstor, felicidadeses por este relato tan bonito.

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  4. Querido Nestor. Me emociona que gracias a tu esfuerzo, se mantenga vivo el recuerdo de aquella playa que me vió crecer.
    Impaciente por el próximo capítulo.

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