Mi abuelo Elías no estaba, sí en La Papelería, donde trabajaba, y la abuela Filomena estaba, pero en las camas y en la cocina.
El café nunca faltaba, quizás la achicoria en su lugar, y cuando entrabas por aquél largo pasillo una cabeza con un pañuelo negro asomaba al final a la derecha. Antes de que llegaras el olor amargo natural se percibía como postludio al encendido de aquella cocina negra.
Años más tarde mi padre Elías tampoco estaba, pero sí en su empresa, mientras que mi madre estaba en las camas, en la cocina y en su hijo mayor sobre todo.
El café tampoco faltaba nunca, esta vez sí café de verdad, del bueno, colado a mano durante toda la mañana para hacer las delicias de la familia y amigos durante todo el resto del día y en la mañana siguiente.
Algunos años después yo he estado, más en mi empresa que en casa, y Montse ha aparecido mucho más con el paso del tiempo, a más cuanto mayor se hacía, respondiendo a la necesidad clásica de ser madre en tiempos cambiantes y con las nuevas formas de relación.
Y nuestros hijos, respondiendo a ésta época moderna, dedicando mucho más tiempo a sus hijos y quizá mucho más de lo que debieran.