María Dolores de la Fe (1921-2012), Carmen Laforet (1921-2004) y Canarias.

Como alumna de Bachillerato del Instituto de Segunda Enseñanza Pérez Galdós, en 1932 colaboró en la redacción de una revista con su amiga Carmen Laforet. .....................In 1932, as a student at the Instituto de Segunda Enseñanza Pérez Galdós, she collaborated with her friend Carmen Lafor in the writing of a magazine.

jueves, 26 de enero de 2012. Plataforma de Mujeres Creadoras.

La amistad entre Lola De la Fe y Carmen Laforet

 



ENTREVISTA A LOLA DE LA FE
Por Teresa Iturriaga Osa


En la vida hay encrucijadas que no pueden evitarse. Eso les sucedió a María Dolores de la Fe y a Carmen Laforet cuando se conocieron en el verano de 1932. Las dos esperaban ante la ventanilla de la secretaría del Instituto de 2ª Enseñanza Pérez Galdós el día que iban a matricularse de ingreso en Bachillerato. Desde entonces, aquellas niñas recién cogidas del árbol de la vida, como tejedoras de alfombras, barajaron el futuro con hilos de sueños y palabras, fascinadas por traspasar los límites de lo real. Jugaron. Volaron por las ventanas. Fuera del aula, escalaron los muros, saltaron vacíos entre azoteas, estrenaron juntas sus charoles al galope de su juventud, un corcel de brillo insultante.

Lola De la Fe y Carmen Laforet son mujeres que quedarán entre nosotros como ejemplos de tenacidad ante el ajado silencio de los temerosos. Ellas se enfrentaron a la isla y a los demonios de la escritura. Nadaron en la adversidad de los tiempos difíciles hasta que entraron, no sin temblor, en ese estado de soledad y volcán donde se abrazan las palabras.

Hace unos años, Ediciones Idea reeditó dos de sus obras, “Las Palmas casi ayer”, de Mª Dolores De la Fe, y “La isla y los demonios”, de Carmen Laforet –prologado por Lola-, como testimonio del paisaje que una y otra vivieron.



ENTREVISTA


T.- Lola, háblanos de tu adolescencia con Carmen Laforet… ¿Cuándo empiezan las primeras complicidades literarias?


L.- En el Instituto, claro, ten en cuenta que ella vivía en Tafira y yo en Las Palmas, así que nos veíamos muy poco. Gracias a lo que llamábamos entonces “coche de hora” y, después, fue “pirata” y, ahora, “salcai”…


T.- Me decías que editaron juntas una revista en el Instituto.


L.- Sí, la escribía yo en un pliego de papel barba y se llamaba “Grupitos”. Éramos cuatro: Carmen Laforet, Carmen Lezcano, Julia Cuenca y yo. Firmábamos como G-1, G-2, G-3 y G-4. El número iba por orden de estatura, no por categoría, y, como yo era la más alta, me llamaba G-1. ¡Nos divertíamos muchísimo escribiendo!


T.- ¿Y qué contenidos tenía la revista?


L.- Cada una escribía artículos diferentes. Recuerdo que Carmen Laforet escribió uno cuando venía para el Instituto en aquellos años de la guerra en los que, a cada rato, veíamos soldados desfilando. Escribió un texto magnífico sobre las caras jóvenes con el gesto duro porque sabían que iban a ir a la guerra. Pero no sé dónde andan todos esos pliegos…



T.- ¿Tenían el presentimiento de que iban a ser escritoras?


L.- Nosotras hablábamos mucho de eso, pero yo pensaba que Carmen iba a ser poeta, porque era la que recitaba siempre que había alguna fiesta. La llamaban para la fiesta del libro, la fiesta del estudiante… Recuerdo que llegó a interpretar una obra de Pemán.


T.- ¿Cómo era Carmen de cerca?


L.- Primero que nada, la persona más divertida y la más graciosa, con una personalidad acusadísima. En aquellos años, muchas niñas del campo venían a estudiar con mucho esfuerzo al Instituto –incluso, desde Artenara- y se volvían a su casa los fines de semana, y, recuerdo que, con Carmen, todas se sorprendían, pero le tenían un gran cariño. Ella se distinguía de todas por su originalidad. Y, luego, como ella tenía esa cara tan exótica… porque no es que fuera una belleza, pero su cara tenía una expresividad enorme, un atractivo indudable.


L.- Carmen Laforet tendría unos dieciocho años cuando se marchó de Gran Canaria… y tú me comentabas que ya llevaba dentro la semilla de “La isla y los demonios”.


L.- Sí, sí, porque habíamos hablado de eso alguna vez, pero ya te digo, yo siempre pensé que ella iba para poeta, porque se leía toda la poesía que caía en sus manos. Sí, la novela es estupenda y ya ha salido la edición francesa, también está a punto de salir la portuguesa y la alemana. A mí me sigue pareciendo una de las mejores novelas de Carmen por lo espontánea, lo juvenil y lo sincera que es. Es de esas cosas que tú dices: “Esto te salió del alma”.


T.- ¿Y cómo se explica que una mujer tan joven pudiera captar así las pasiones y miserias humanas, esos demonios que normalmente suelen venir a visitarnos en la madurez?


L.- Es que Carmen tenía una inteligencia extraordinaria. Ella lo captaba todo, hasta leía e interpretaba a Santa Teresa de una forma maravillosa. Era una inteligencia muy seria, profunda, aunque no era nada pedante, no era la típica empollona que se lo sabía todo. Sin embargo, tenía una gran sabiduría que llevaba por dentro.


T.- ¿Introduce muchos elementos de ficción en esta novela o realmente refleja el ambiente de la guerra civil española que se vivió en Canarias?


L.- No, no, no, de ficción, no. Era como ella lo veía y lo que captaba de las conversaciones de los mayores. Tenía una gran capacidad de observación, había sufrido mucho con la muerte de su madre, cuando era una niña de nueve o diez años. Eso fue algo que la impactó muchísimo. Siempre seguía con la idea de su madre. Fue una época muy desgraciada para Carmen, pero la llevó con gran entereza, con silencio y pudor, ya que no quería molestar a sus amigas con tristezas. Demostró una dignidad increíble llevando ella sola su dolor.


T.- ¿Te parece importante esta obra para Gran Canaria?


L.- Sí, sobre todo, si te la lees pensando en que no es la Gran Canaria turística de ahora, sino aquel paisaje que le calaba a ella. Y, lo más importante, el mar. ¡Ella no podía remediarlo! Incluso, se salía a escondidas del Instituto –que se encontraba donde ahora está el Colegio de los Jesuitas, y, antes, por detrás, era la marea, todo de piedras, sin nada de avenida-, se pegaba un bañito y volvía corriendo. El mar para ella era algo… como misterioso, como si sintiera una llamada profunda del mar.


T.- ¿A ti te gustaba el espíritu salvaje de Carmen?


L.- Claro… y si yo no hubiera sido tan totorota… porque yo era muy pachorrienta, muy tranquila… Esas palabras que me decía… “Vamos a correr aventuras”, que era bajar a la playa a darnos un paseo y volver al Instituto… ¡Eran la gran aventura! A mí me resonaban por dentro a gloria, pero después, ¡yo era siempre tan pazguata! Ja, ja, ja… Quizás por eso encajábamos divinamente, como complementos…


T.- En tu libro “Las Palmas casi ayer”, también cuentas muchas cosas de aquella época.


L.- Fíjate, lo que más recuerdo ahora de Las Palmas es lo limpia que era. La calle Pérez Galdós brillaba, aquellos adoquines brillaban como si todos los días les dieran cera. Ja, ja, Ja… increíble. Los zaguanes estaban siempre abiertos. La ciudad estaba resplandeciente, no como ahora. Eran otros tiempos. Mira, por ejemplo, recuerdo que cada año se elegía una Miss San Roque, una Miss Triana… Eran cosas sencillas, pero a la gente le parecía muy bien.


T.- ¿Tienes nostalgia de aquella ciudad de entonces?, ¿o también tenía sus sombras?


L.- Sí, sí, porque, por otro lado, era una ciudad bastante mezquina, siempre con el qué dirán, el qué dirán… No se podía hacer nada porque todo era criticable… qué va…


T.- La primera edición de “Las Palmas casi ayer” recogía tu discurso de entrada en el Museo Canario, pero después lo ampliaste con un nuevo capítulo titulado “Las Palmas casi mañana”. Explícanos esa parte.


L.- Yo siempre he pensado que nunca segundas partes fueron buenas, por eso, no quería hacer una parte de mis memorias, porque salen peor todavía, sino un texto que hablara de cómo veo yo la ciudad ahora. Fíjate que el primer libro de “Las Palmas casi ayer” acaba en el 36, y en éste, yo expreso lo que más me ha llamado la atención de los cambios que se han producido. Por ejemplo, el vestuario, yo me acuerdo de mis amigos jovencitos, todos tan emperchados, limpitos, con su corbata, zapatos relucientes… ¡Y ahora ves cada espantajo por la calle! ¡Ja, ja, ja!


T.- La estética era muy importante.


L.- ¡Importantísima! Y se repetía mucho un refrán: “Buen porte y finos modales abren puertas principales”. Cualquier persona mayor te repetía eso inmediatamente. Y el respeto también, vivir sin hacerle daño a nadie, eso era una cosa muy valiosa.


T.- Desde aquí recomendamos la lectura de estos dos libros que deberían figurar en todas las estanterías canarias por su magnífica escritura. Gracias, un placer, Lola.

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