HERENCIA DE HUMILDAD, TANGO Y ARTESANIA.

Agustín Santana, 28.04.2024

El más viejo que yo conocí tenia una mirada limpia, un andar sereno y una silla en la entrada que era suya. Quizás lo único que tenía: una silla que le ponía su hijo a la entrada para que el tiempo le fuera pasando, lentamente, serenamente. La última vez que vi al más viejo estaba en una mecedora, esperando, tranquilamente, con los ojos cansados y deseando iniciar su último camino. Creo que fue al día siguiente que lo comenzó, en silencio, sin molestar.  

El menos viejo, el que le ponía la silla en la entrada de su empresa, era también un hombre sencillo, humilde, bueno, fumador de puros en las tardes del carrusel deportivo con la quiniela delante, y con una gran afición por cantar tangos. Y lo hacía bien, con sentimiento, los amigos le pedían que cantara. 

Las dos mujeres más viejas vivían una enfrente de otra, acera por acera.

En una de las aceras el silencio también te recibía. Recuerdo subir la escalera y al fondo del todo, tras un largo pasillo, se asomaba una cabecita con un pañuelo negro que desde la distancia se ofrecía a calentar un café. Y siempre lo tomaba, seguro que no mejor que el de la acera de enfrente, pero para un chiquillo de trece o catorce años, que te preguntaran si querías café, te hacia más grande, más hombre.

Al cruzar la acera todo era distinto; mucha gente, prisas, telas y botones, y como de costumbre en la época, el café. Pero era ya un café, seguramente mejor, pero más condicionado, la cocina estaba muy lejos, había que dejar de coser para ir a prepararlo, era otro ritmo para la época. Eso sí, la casa estaba impregnada de un halo, que desprendía y atraía otra mujer matriarca. También con un paño negro a la cabeza o con un moño muy llamativo. Siempre me pareció una diosa en medio de todos.

Pero la vida siempre sigue su curso, así que lo de las abuelas una enfrente de otra, en la misma calle y a la misma altura, pasó a ser un recuerdo de la niñez. Los recuerdos me llevan ya a otros momentos, quizás los últimos momentos de una camisa a cuadros hecha a mano, con un dobladillo en los hombros que la hacia más moderna, una pieza única de artesanía que todos los amigos codiciaban.   

Muchos años después de las dos aceras hay una nueva generación, con diez o doce años, maravillosa generación, que son hijos de aquella humildad, de aquella silla solitaria, de aquellos tangos cantados con pasión, de aquella mamaíta llegada del cielo con el único objetivo de la familia, hasta el último suspiro.

 Y todo por un tango. Viva la música. Viva las nuevas generaciones.

1 comentario en «HERENCIA DE HUMILDAD, TANGO Y ARTESANIA.»

  1. Qué bonito texto. Su lectura te traslada a otra época diferente. Ni peor ni mejor, simplemente diferente. Su recuerdo nos trae felicidad y alegría. Eran otros tiempos. Para mí mejores sin dejar de reconocer que se ha avanzado, pero creo que se está dejando atrás lo entrañable.

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