RELATOS DE CANARIAS 6. Tomás Correa Cabrera, un tipo especial.

En 1960 comenzó la construcción de los edificios de vivienda de la calle Mariucha, Schamann, donde viviría Tomás por muchos años. Siempre le acompañó la chaqueta de Correos.

Agustín Santana, 15.09.2023

La familia Correa Cabrera tuvo su primera casa en Tafira Baja y después se asentaron en la calle Hernán Pérez perteneciente a la Parroquia de Santo Domingo.

La matriarca mamaíta enviudó pronto, y para sacar a sus hijos adelante perfeccionó el uso del dedal, de las agujas y alfileres, de los hilos y de los patrones. Ayudadas de algunas de sus hijas hacía camisas que le compraban la gente del barrio, y cuando fue ganando fama se las compraba los almacenes de ropa que proliferaban en la calle Triana.

Se contaba que la abuela Clavijo, madre de mamaita, procedía de uno de los Virreyes de Fuerteventura, fumaba y montaba a caballo, aparecía y desaparecía, y vestía elegantemente para la época. Claro que esta historia no pegaba con la humildad económica de la familia.

Tomás fue el cuarto hijo de siete y el más díscolo de todos. Ya apuntaba maneras cuando, viviendo en Tafira, y con unos pocos años de edad, se llevó a su hermana Carmen para cambiarla por una cabra.

Muchos años después se casó con Anita y se fue a vivir a un piso de la calle Mariucha en Schamann. De aquellos años sesenta recuerdo las excursiones que organizaba con los sobrinos más pequeños para ir a coger caracoles. No tenía hijos así que sus sobrinos eran su pandilla pequeña.

Donde hoy está Escaleritas era todo montaña, y saliendo de Schamann a unos pocos minutos caminando encontrábamos aquel descampado que cuando llovía se llenaba de caracoles. Todos esperábamos siempre que llegara ese sábado o domingo donde Tomás avisaba y comenzaba la alegre excursión.

Tomás no tenía nunca dinero, trabajaba en las oficinas de Correos clasificando las cartas para el reparto, y para sacar algún que otro dinerillo hacía jaulas de pájaros.

En una de las últimas habitaciones tenía su tallercito; en la pared varias jaulas pequeñas esperando comprador, y en una ocasión que entré estaba terminando una jaula enorme, con varias puertas, pisos y comederos. Era un encargo especial, y estaba orgulloso de su obra magna. 

A pesar de la humildad de su economía repetía que nunca comería pescado congelado. Era un época en la que el pescado fresco era muy caro, y se popularizó el pescado congelado que era mucho más barato. Para él ese pescado era veneno, y creo que cumplió su idea y nunca probó el pescado congelado.

Para ganar algún otro dinerillo trabajó durante un tiempo cobrando a los clientes de la empresa de mi padre. Creo recordar que se dedicó a beber algo más de la cuenta y algún que otro problemilla tuvo con esa afición.

Tenía un perro que se llamaba Taine, y estaba orgulloso de lo inteligente que era. Para demostrarlo Tomás se ponía la chaqueta de la empresa Correos y Taine ni se movía, y cuando se ponía la chaqueta de paseo le hacía una fiesta para que lo llevara con él.

Anita contaba que cuando Tomás doblaba la esquina de la calle para acercarse a su casa Taine se levantaba, se ponía en la ventana y saludaba la llegada de su amigo y dueño con ladridos de alegría.

Tomás era la alegría de los primos más pequeños, siempre estaba contento y dispuesto a hacer el camino de los caracoles, y nosotros nos llevábamos una decepción cuando decía que no se podía ir, que no había llovido y no habría caracoles, que para el próximo sábado.

Siempre estaba dispuesto para contar alguna historia, y nosotros para escucharle. Sin lugar a dudas era un tipo especial, de los que hoy no encontrarías.

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