2.- EL SERVICIO MILITAR
Y llegó el Servicio Militar, el Cuartel como decíamos, y en 1971 me presenté en el Regimiento de Infantería de la Isleta para que nos enviaran a Hoya Fría, en Santa Cruz de Tenerife, donde haría los tres meses de Instrucción.
En esos tres meses solo podías salir el sábado o el domingo y si tenías un familiar donde quedarte a dormir te daban lo que llamaban un “Pase Per Nocta” y podías estar fuera desde el viernes por la tarde hasta el domingo por la noche que regresabas.
Los fines de semana los aprovechaba en casa de mi tía Isabel para darme grandes duchas, descansar y pasear.
En Hoya Fría se habían construido algunos pabellones pero todavía quedaba muchas casetas, como las de indios, muy bien montadas, con literas todo alrededor y en el centro, donde suben los palos para sostener a arriba las grandes lonas había unos huecos, con madera rodeando ese palo, donde poníamos de pie los CETME.
Cuando terminaba el período de instrucción te informaban del destino, que podía ser en alguna de las islas o en el Aaiún, donde decían que a los que les enviaban a hacer vigilancias al desierto lo pasaban muy mal, y era el temor de todos.
Me destinaron al Regimiento Infantería Canarias 50, en la Isleta. Me tocó la Compañía número ocho, llegamos de noche y nos asignaron cama a cada uno. Por las noches tocaban el toque Retreta y todos a dormir, y por la mañana te despertaban con la Trompeta y el toque Diana creo recordar.
Al día siguiente nos pusieron a todos los novatos sentados en el suelo a la entrada de la Compañía donde estaba también la entrada a la pequeña oficina. Cada movimiento era un pequeño susto, porque se decía que algunos sargentos eran muy duros. Los chicos menos preparados, sobre todo los que venían de pueblos pequeños lo pasaban realmente mal.
Salió de la oficina un Brigada y gritó: ¡A ver, quién sabe escribir a máquina!. El único que se levantó fui yo, tenía bastante experiencia de trabajar en las oficinas de la empresa de mi padre. ¡Pase a la oficina, los demás sigan con el sargento!
Ser Escribiente era un buen destino porque hacías trabajos de oficina y el Brigada me blindaba para que no hiciera Guardias. Creo que hice una o dos guardias solamente. Hacíamos todos los comunicados de la Compañía, los informes del Brigada, le ayudábamos con los estadillos de gastos, los turnos de guardia y de pase per nocta.
Así que los soldados compañeros estaban siempre detrás de nosotros (éramos dos escribientes), sobre todo para que le pusiéramos el pase en el fin de semana y poder ir a su casa un par de días.
En la compañía había un sargento, de los que llamábamos chusquero, y le apodábamos el Sargento Galleta, porque daba clases a los novatos de los símbolos y signos militares. Recuerdo que desde la oficina un día escuché que le preguntaba a uno de los compañeros cuántas estrellas tenía un capitán, y al equivocarse le dio un cachetón.
Aquello me recordó a la cocina de la Academia Nuez Aguilar y el palo de los profesores para dar golpes con la mano tendida. Había de todo, en la Academia había un profesor que daba miedo porque era el que más fuerte pegaba, y en el cuartel estaba este sargento que era el peor, los demás eran bastante más suaves.
Había momentos duros y otros divertidos. Recuerdo que la Compañía se iba de instrucción a Fuerteventura y nos preguntábamos si el Brigada y los Escribientes también iríamos. Sí que fuimos, y nos pusieron en un coche, en la retaguardia, para controlar la organización del abastecimiento.
Uno de los días, que hacía mucho calor, teníamos que ir a controlar los petates. Mientras la compañía iba al frente de batalla de pruebas se quedaban todos los petates amontonados en un lugar desierto al mando de un cabo y dos soldados.
Llegamos con el coche y el Brigada, que era muy simpático, nos dijo que fuéramos despacito porque ¡verán que esos cabrones están durmiendo entre las sombras de las mochilas!
Efectivamente, cuando llegamos los tres estaban entre bolsos durmiendo como lirones. Aparcamos un poco lejos, el Brigada nos dijo que nos acercáramos despacio y cuando llegáramos, a su aviso, nos tirábamos los tres encima de los dormilones.
El susto que se llevaron fue morrocotudo. Se levantaron gritando de miedo como si hubiesen visto al diablo. Ese fue el castigo que les puso el Brigada, ahí se quedó todo.
Dieciséis meses después me dieron “la blanca”, que así le llamábamos a la Cartilla de Reserva que contenía un informe que en casi todo el cuestionario ponía “Se le supone”. Lo malo era tener alguna nota negativa que pudiese condicionarte después.
Muchos avances buenos hemos tenido a lo largo de estos años hasta llegar a 2024. Pero tenemos que aprender de todos aquellos errores tremendos que se cometían condicionados por una época de poca formación y poca cultura.
La calidad de la Enseñanza, de la Educación, sigue siendo un lastre tremendo para conseguir una Canarias mucho mejor que la que tenemos, donde los canarios controlemos los mejores puestos de trabajo y las grandes decisiones para nuestra tierra. Todo sigue condicionado por la falta de conocimiento de nuestra gente. Seguiremos luchando para mejorar.