RELATOS DE CANARIAS 6. Parte 3. “Recuerdos, 1966-1970”

Agustín Santana Correa, 18.04.2025

La empresa de la familia, Distribuidora Rabadán, había crecido mucho y se había hecho con buena parte del mercado de la provincia de Las Palmas abriendo también un almacén en Arrecife de Lanzarote. Ya no se compraba en La Papelera situada en la calle Bravo Murillo, había muchos proveedores de La Península, sobre todo de la zona del Levante donde el mundo de la papelería siempre ha tenido grandes distribuidores centrales.

Celebracion de una comida de Distribuidora Rabadán con los clientes más importantes. Con mi hermano Gerardo, nuestras parejas y un cliente. 1969.

 

Nos habíamos mudado de Jerónimo Falcón a la última casa familiar en Tomás Morales esquina Rabadán, justo enfrente del Instituto Pérez Galdós, donde yo estudiaba el bachillerato después de terminar en el Colegio Reyes Católicos.  Mi afición al fútbol y al baloncesto se concretó en que jugaba en el Juvenil del Sporting San José y también en el equipo de baloncesto del Instituto.

Estaba muy feliz porque jugaba a los dos deportes que más me gustaban en dos equipos que me llenaban de alegría, pero el entrenador de Baloncesto se enteró de que jugaba al fútbol y me dijo que tenía que elegir uno, que un deportista no podía jugar a la vez en dos deportes distintos, así que con mucha pena tuve que dejar el basket y seguí jugando, oficialmente solo una temporada más, en el Sporting de San José.

La Unión Deportiva Las Palmas estaba de moda, contaba con el mejor equipo de su historia con Tonono, Juan Guedes y Germán y el Estadio Insular era un lugar de encuentro de familias enteras, desde los abuelos hasta los recién nacidos disfrutábamos los domingos de aquellos encuentros con sabor a mar y a puros, con las botas de vino y el pescado seco, en un ambiente festivo cargado de buenos sentimientos.

El inolvidable Estadio Insular.

 

La ciudad se llenaba de aficionados que acudían caminando al estadio desde todas partes, bajando desde Ciudad Alta, saliendo desde Vegueta o desde la Isleta vestidos con el color amarillo, las banderas, los cánticos. Cada tarde de domingo era una auténtica fiesta que muchos la disfrutábamos acudiendo al estadio y otros desde sus casas siguiendo las retransmisiones en la Radio de Pascual Calabuig o de Segundo Almeida.

Mis hermanos Santiago y Gerardo aprovechaban el verano para visitar a los proveedores de La Península, y en los años 67 y 68, en el mes de junio, me llevaron con ellos. Recorríamos todo el litoral en coche desde Cádiz hasta Barcelona. Para mí era una experiencia fantástica, conocer ciudades y pueblos, y algo que me impactó para siempre fue la visita a La Alhambra.

Eran tiempos en que todas las playas de la Península tenían los Chiringuitos encima de las arenas, en la misma playa, venías de darte un baño y te sentabas a tomar la cerveza allí mismo, y la comida por lo general era excelente. Recuerdo una paella que comimos en la Playa de Alicante, muy cerca del mar, sentado al aire libre, con el olor a salitre y la imagen de turistas disfrutando de algo que en sus países no conocían, con la estructura de madera por todos lados, y los camareros sirviendo cervezas muy frías.

En toda Andalucía servían los pescaítos frescos, y su olor se mezclaba con la brisa marina y con la alegría de los que disfrutaban de unos chiringuitos que habían comenzado a principios del siglo pasado, y que había que aprovechar porque las normas empezaban a cuestionar el futuro de estos establecimientos sobre la misma playa.

Con mi hermano Gerardo, en Alicante o Valencia 1968.

 

Al regresar de esos viajes de junio ya la familia estaba en los Apartamentos Hierro de la Playa de las Canteras para pasar el verano. Ya comenté que el Sur de Gran Canaria estaba comenzando como Proyecto con el “Maspalomas Costa Canaria”, que era un Concurso de Ideas en torno al desarrollo turístico  del sur promovido por el Conde de la Vega Grande, propietario de casi todos los terrenos,  con parcelas destinadas al cultivo hortofrutícula y eriales que dificultaban el acceso a unas playas de ensueño.

En Gran Canaria el centro turístico era la Playa de las Canteras, que contaba con hoteles y apartamentos que se llenaban todo el año, en verano con muchas familias canarias.

Aquellos veranos eran extraordinarios, con sabor a familias enteras, a pandillas de amigos, a los baños en la playa durante el día y la noche, a los partidos de fútbol en la arena, al asadero por la noche de alguna jarea. Recuerdo una familia francesa que venía en agosto, siempre al mismo apartamento, y que uno de los hijos llamado Frank se incorporaba a nuestra pandilla como uno más. Su español con acento francés nos encantaba escucharlo, le enseñábamos el idioma y todos los años esperábamos su llegada, hasta que un año no llegó y nunca más supimos de él.

La gran sensación era también los Perritos Calientes. El danés Peter Larsen, fallecido hace unos años, vino de vacaciones a principios de los sesenta y se dedicó a vender perritos calientes en un carrito que ponía alrededor del Hotel Cristina. Se hizo tan famoso que produjo las primeras colas impresionantes que se veían en nuestra isla, con niños y familias enteras esperando por ese “perrito con todo” que hacía las delicias de canarios y de turistas.

Los Perritos Calientes hacían furor en la Playa de las Canteras.

 

En 1968 conocí a mi novia que me iba a acompañar durante toda la vida. El 23 de abril, día del Libro, un amigo nos llevó a dos de la pandilla al “Puerto” a recoger a su novia y a presentarnos a dos amigas suyas, con el objetivo de que las madres no pusieran pegas a las salidas porque nos convertíamos en un grupo. Desde la Isleta nos fuimos en guagua hasta “Las Palmas”, a la Plaza de Santa Ana. La Catedral, el Obispado y el Ayuntamiento, conformaban un espacio que invitaba a la conversación. En uno de sus bancos nos empezamos a conocer.

Deja un comentario