En 1991 estaba con mi novia, mi mujer, la madre de mis hijos, mi compañera desde los dieciséis años, en nuestro rincón favorito de Lanzarote, el Hotel Los Fariones.
El Premio Montblanc a la Cultura en Canarias era más que un proyecto, ya pensábamos en la primera edición de 1993 que dedicaríamos a la música. Llegaba el fín de semana y nos disponíamos a regresar cuando el secretario de César Manrique nos dice que el sábado se celebra el cumpleaños de César (¿o era la inauguración de su casa de Haría?) y que si nos quedábamos nos invitaba a su nueva casa en el pueblo de las mil palmeras.
Allí estaba Pepe Dámaso, con su amigo del alma, en aquella fiesta de la sencillez, de la familia, de los amigos, del pan recién salido del horno, con una fila de invitados detrás de César, saliendo desde el maravilloso salón hasta la entrada de la casa, donde el aroma de las migas abría el apetito.
Esta foto es uno de los recuerdos más bonitos que conservo. La magia de César, que inundaba todo, se unía a la brillantez de Pepe en su mirada y en sus gestos.