Elige un mendigo callejero, cualquiera que te encuentres en la calle, y dale un regalo «tuyo», «hecho por ti», que te salga de dentro.
Néstor Doreste, 08.12.2024
Son enormes las cifras de menores que viven en situación de pobreza extrema en el mundo, que no van a la escuela, que son obligados a trabajar, que se ven obligados a vender sus cuerpos para comer, que son obligados a combatir o casarse con adultos desconocidos, que sobreviven en las calles porque son huérfanos. La Navidad nos traslada a nuestra afortunada infancia, en la que abundaban los juegos y las ilusiones.
Pero, por desgracia, no todos los niños tienen una infancia tan feliz. Me gustaría saber cuánto países destinan dinero para eliminar esta feroz injusticia y ofrecerles educación y la esperanza que ésta representa. Para que las familias encuentren un ambiente acogedor y feliz y puedan cumplir sus sueños, que vivan con dignidad y que sean respetados y reconocidos sus derechos.
Estos inocentes viven en peligro permanente, los barrios de muchas ciudades son dominados por las bandas criminales y los ciudadanos tienen que refugiarse en sus casas por miedo a los secuestros y asesinatos. Las numerosas escaramuzas y las guerras condicionan la vía diaria.
Esos niños ni siquiera pueden adornar sus casas porque la Navidad no es para ellos. Paradójicamente, estos pobres olvidados del mundo siempre sonríen y son muy agradecidos, pero en estos lugares no hay regalos y no pueden participar en ninguna celebración porque ellos no existen para los poderosos egoístas y ávaros. Sólo en las penurias de algún asentamiento de refugiados dispersos por el mundo se celebran unos pocos juegos casi desapercibidos.

Las religiones de sus cercanos vecinos son como leones de cacería, que impiden manifestaciones contrarias a sus creencias. Sólo el colectivo de misioneros, unos pocos voluntarios y algunas ONG son los que luchan contra esta situación rescatando a los menores que sobreviven en las calles o han sufrido trata o tráfico infantil.
Si los sistemas políticos que gobiernan en el mundo permiten que esto suceda, es que vivimos en un planeta carente de amor y de compasión. Los seres humanos vulnerables no existen para ellos. La corbata de seda y el coche de lujo gana la partida. Nunca se harán realidad los sueños de decenas de miles de menores que desean un mundo mejor.
Las «intenciones» de lograr una vida feliz y de esperanza se plasmaron en sendos documentos oficiales de alto rango, como son: La Declaración de Ginebra en 1.924, Asamblea General de las Naciones Unidas en 1.959 y La Convención Sobre los Derechos del Niño en 1.989. Pero éstas páginas tan esperanzadoras «a priori» se han convertido en papel mojado, en hipocresía, en crueldad, en mentiras, en desprecio. Los poderosos enjoyados engañan fácilmente a una sociedad indiferente e ignorante. Siguen siendo muy pocos esos menores que logran conseguir estudios superiores.
En estas fiestas navideñas que tantos niños disfrutarán, yo te invito, te sugiero, te pido que hagas lo siguiente:

Querido Néstor. Salía del Centro de Salud de la Isleta cuando me encuentro en un banco con un señor con varias bolsas. Mucho frío en Las Palmas, pero se veía obligado a dormir en ese banco de la calle. Se llama Adam y es del Norte de Senegal. LLeva veinte y cinco años con nosotros. Hace muchos años estuvo alojado en las instalaciones que había en Miller. No encuentra lugar para refugiarse. Tenía cara de muy buena persona, pero se le veía agotado, mostrando de todas formas una mirada triste pero de agradecimiento. Nuestros dirigentes en Canarias piensan gastar millones para ir a Marruecos a formar a los jóvenes para que se queden allí y no vengan sabiendo que eso es un brindis al sol, un parche que no soluciona los problemas de la emigración/inmigración. Quieren ir allí cuando tienen a inmigrantes, y no inmigrantes, durmiendo en la calle. Mi petición para la Navidad este año es que lleguen políticos que salgan a la calle y hablen con los indigentes para buscarles una solución práctica.