NESTOR DORESTE PADILLA, Relato “Mi Padre”. 2.-

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Mi padre decía que muchas personas desconocían que eran muchos los días en los que no había capturas, días en los que los copos llegaban vacíos a tierra, en los que los pescados no se enmallaban en los trasmallos, en los que la marea te impedía ir al marisco, en los que las nasas y palangres subían vacíos al barco. Decía con pena que ese era el aspecto desconocido de este duro y antiguo trabajo tradicional, donde la contribución manual del pescador era el único componente, ya que se carecía de las tecnologías avanzadas de hoy.

Mi padre acordó con mi madre que, cuando hubiese pesca, se encargara ella de ir a la carretera a vender las piezas capturadas, mientras él recogía y reparaba los enseres. Se sentaba en la cuneta, sobre un mojón kilométrico con una vieja pesa romana y la cesta con el pescado fresco, y esperaba que algún coche se detuviera para comprar. Muchos ocupantes ya sabían que aquel era un puesto donde se vendía un producto garantizado y, encima, más barato que en el Mercado Municipal.

Mi padre solía pasear casi todas las tardes, descalzo y con el pantalón arremangado hasta las rodillas, por la orilla de la playa, donde la ola terminaba de reventar, acompañado de mi madre, que se subía un poco la falda. Recorrían su longitud varias veces en viajes de ida y vuelta porque decían que el agua salada era buena para los dolores reumáticos y para la circulación de la sangre. Decía que ese paseo era como una ceremonia de agradecimiento al destino por permitirles vivir, aunque modestamente, en paz y alegría. También decía que ese momento era importante para ellos porque era cuando podían hablar y hacer proyectos sin los agobios del día a día.

Mi padre, cuando no iba a pescar, se iba a uno de los mariscos a mariscar y llegaba a casa con un balde grande lleno de pulpos, morenas, almejas, burgados, lapas, erizos, rascacios, panchonas, sargos, etc. Lo que no se vendía lo hervía el fin de semana en un caldero grande y hacía un caldo de pescado para toda la familia y algún que otro matrimonio amigo. Era como una fiesta para él. Era su día de descanso. Únicamente dejaba de hacerse cuando aparecía en el mar algún manterío de sardinas o caballas y había que salir rápidamente con el barco y con las redes porque era un producto que se vendía muy bien. Había que aprovechar la oportunidad.

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