NESTOR DORESTE PADILLA. «De paseo».

De paseo

Desde la ventana de mi casa vi el pavimento gris de la calle que brillaba por la lluvia caída esa misma tarde y salí a pasear.

En la cercana y pequeña plaza estaban la estatua, la fuente siempre seca y las tartanas de delgados y tristes caballos mirando permanentemente hacia el suelo.

Mi respiración era agitada, no tenía reflejos y me dominaba la cautela, como si intuyera la presencia de alguien a quien no esperaba.

Estaba cansado y buscaba algo sin saber que era. No quería sentarme en un banco y preguntarme que es lo que me obligaba a caminar sólo y sin destino. Unos pocos peatones se cruzaban aburridos sin hablarse, casi arrastrando los pies.

Estaba acostumbrado a no ser escuchado y yo mismo tardaba en contestarme si me hacía alguna que otra pregunta. Entonces respiraba y casi siempre terminaba llorando en silencio unas lágrimas pastosas, como si fueran sangre blanca.

Era un llanto privado y propio, pero un llanto sin relación conmigo. Caminaba sólo, a una gran distancia de mí mismo, a una gran lejanía. Mis secretos escondidos en el fondo de mi ser, casi siempre inaccesibles, me atormentan.

Involuntariamente doblo las esquinas con cautela y con miedo. No sabía hacia dónde iba y caminaba así hasta que empezaba a aclarar el día.

Había otros días. Había otros paseos. Pero era como la nada. Ayudado por las calles mal iluminadas y desiertas, regresé a la pequeña plaza.

Me dirigí hacia unos estrechos y desconocidos callejones, donde me extravié. El aire era denso y húmedo y no podía encontrar la salida de aquel laberinto que me estaba volviendo loco.

Regresaron a mi mente antiguos miedos infantiles. Caminé más de prisa, sin ver a nadie, oyendo sólo el ruido de un incómodo y triste silencio.

De pronto salí a otra calle más ancha con un pequeño parque al final. Me interné en las sombras de los setos y de las plantas secas escuchando mis propios pasos sobre la tierra húmeda.

Pero notaba la presencia de alguien muy cerca de mí, alguien me estaba esperando allí mismo, entre los árboles, que parecían seres humanos.

Levanté la vista y, estupefacto, comprobé que era yo mismo. Pero me alegré.

 

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