ESTHER SANTANA CORREA. «Un viaje sin retorno»

Cuando oye el silbato, sabe que el tren se para. Es la estación donde debe despedirse de aquellos que su viaje ha terminado, y dar la bienvenida a los que comienzan la aventura con ella

«Un  viaje sin retorno».

Sentada en el vagón número seis, Elisa observa el paisaje que, a veces deprisa, y otras con lentitud, el Universo le regala cada instante.

Árboles frondosos, rodeados de flores de distintos tamaños y colores. Iluminados por el amigo de los veranos. Su querido Sol.

Hogares con calor donde la música invade todos los rincones y otros apagados, como si en ellos no viviese nadie, sino la soledad. Sin embargo ve personas. Seres humanos que no son capaces de comunicar sus sentimientos, sus deseos, sus ilusiones.

Animales que corretean alegremente y otros que huyen por el miedo a ser capturados.

Cascadas y ríos, lagos y mares.

Y en invierno, nubes correteando y formando imágenes de duendes, hadas y elfos. Nubes que a veces lloran, derramando lágrimas con las que escriben melodías, de amores y desamores, alegrías y tristezas, solidaridad y desapego.

Apoya la cabeza en la ventanilla. Y se lamenta de que no todos los que van en ese tren, son capaces de apreciar lo que ella ve.

El tren tiene diez vagones. Todos los que se subieron con ella tienen la oportunidad de estar diez años en cada uno de ellos.

Pero ella ha pasado de vagón a veces con conocidos y a veces con distintos acompañantes.

Algunos se bajaron y otros subieron. En el segundo, cuarto, sexto.

Cuando oye el silbato, sabe que el tren se para. Es la estación donde debe despedirse de aquellos que su viaje ha terminado, y dar la bienvenida a los que comienzan la aventura con ella.

Le resulta más ameno y agradable saludar a los nuevos y llora por los que deben bajar en la estación.

Hace tiempo que no oye el silbato y por unos instantes desea disfrutar del paisaje. Son pocas las veces que ha podido hacerlo. Se ha pasado casi todo el trayecto animando, alegrando, enseñando a los que le acompañan para que lloren y rían, para que bailen y canten.

 A veces, agarrada a sus manos, los obliga a sentarse para observar las maravillas que dejan pasar, sin darse cuenta que algún día tendrán que bajarse del tren y no han apreciado lo que sus corazones pueden albergar.

Otras, les enseña lugares donde el Sol quema, donde el hambre mata, donde los humanos destruyen.

Y cuando ya no puede más, porque pocos son los que ven el viaje como ella, se refugia en su ventana, disfrutando en soledad las alegrías y llorando en silencio por un mundo que se destruye sin poder evitarlo.

Pasan trenes llenos de gente. Pero son indiferentes. Cada uno en sus railes, con destinos y paradas que no conoce.

A veces quisiera apretar el botón de parada de emergencia y bajar corriendo para subirse a otro tren. Pero sabe que no puede. Ese es el suyo. Con personas a las que ha querido y se han bajado antes que ella; y con los que se han subido y nada más verse, saber que debe ayudarlas para que tengan un viaje placentero.

Con algunas a disgustos y con otras se cambiaria por ellas.

Intentando perdonar rencores y aceptando que los intereses pueden más que el apoyo que ella ha necesitado.

Elisa se siente invisible para algunos, sus egos no les dejan ser ellos, y querida por muchos, sin esperar nada a cambio. !Que afortunada se siente!.

 

Apoyada en la ventanilla se pregunta cuándo le tocará abandonar su viaje. Cómo se sentirán los que deja en el vagón, y se hace la firme promesa de intentar que el trayecto sea ameno, para que la recuerden con cariño.

Suspira escuchando los pájaros cantar, viendo nieve en las montañas, el arco iris iluminando su alma de colores.

Y escribe cartas de amor, ilusiones conseguidas, los deseos inalcanzables y  consejos para los que siguen su camino, porque sabe que en cualquier momento, el silbato cantará su nombre y se bajará tal vez con tiempo de despedirse de todos, o tal vez con prisas porque el tren tiene programado su destino.

Sonríe a la vida y se levanta de su asiento para intentar iluminar con su sonrisa el vagón número seis.

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