Agustín Santana, 23.08.2024
Esther, Yayi como le llamamos, llegó antes al mundo que Olga. Cuestión de minutos, llegaban gemelas, algo no muy frecuente en los años sesenta del siglo pasado. Eran iguales, exactamente iguales, y costaba mucho saber quién era quién.
En la familia eramos cinco hermanos por arriba, pero la llegada de las gemelas, como todos las llamaban, se convirtió en una sorpresa allá por donde quieran que pasaban.
Como eran como dos gotas de agua hacían de las suyas. En el colegio se intercambiaban posiciones y nombres, y nadie se enteraba. Se reían de sí misma y del mundo, empezaban una vida distinta, y a los mayores les gustaba adivinar si era Olga o Esther, sobre todo a los vecinos y amigos.
Yayi se inclinó por la Psicología, estudió en La Laguna y terminó en la compañia Telefónica haciendo lo que le gustaba. Ya de mayor, como mi querido Néstor Doreste, le dió por juntar palabras y lanzó algunos libros que pueden repasar más abajo.
A Olga la invadió la Música desde que estaba en la cuna. Con sus estudios terminados, y antes aún, cantaba con una técnica depuradísima que llamaba la atención de sus mayores músicos. Y cantó como Marola, la Tabernera del Puerto, inundando el Teatro Pérez Galdós con el canto del pájaro. Pero lo suyo iba a ser la dirección de coros, y a eso se apuntó.
Para la familia ya no se parecían tanto, las distinguíamos bien, pero a la gente de la calle les costaba identificarlas. En alguna ocasión pararon a Yayi por la calle Triana para «felicitarla por la actuación del Coro el sábado pasado».
Como en todas la familias. a lo largo de setenta años, pasan cosas muy buenas y otras bastante malas. La Felicidad solo existe por momentos, y cuando llega hay que agarrarla bien y disfrutarla porque volverá a esconderse.
Pero siempre volverá. Es amiga de La Esperanza, y son dos de los condicionantes en la vida para medir la inteligencia. Soy partidario de las dos, La Esperanza y la Felicidad, y siempre nos yudarán a estar del lado positivo de la vida, de agarrar los buenos momentos y mantenerlos para siempre, de ser positivos y apreciar el futuro de nuestros nietos, el presente de nuestros hijos y el día a día de nuestra larga vida.
Dicen los científicos que venimos de la energía y de las partículas que produjo el Big Ban hace trece mil millones de años. Y nos guían para siempre en la vida.
Las tortugas, y miles de animales más, nacen en un lugar, y desde que salen del hoyo en la playa se dirigen al mar y hacen miles de kilómetros sin parar hasta llegar a otro lejano lugar donde desarrollarán su vida, donde tendrán los alimentos necesarios, para volver al final de su vida a recorrer de nuevo los miles de kilómetros y llegar de nuevo a la misma playa donde nacieron para morir en paz.
¿Qué les guían en ese enorme mar, sin carteles ni indicaciones ni google maps, sin equivocarse de trayecto, nadando en aguas profundas y oscuras?
Otros hablan de Dios, de un Dos creador que tuvo que crear el agua para que todo esto fuera posible.
Sea por la Ciencia o por el Dios, el amor lo puede todo, lo concentra todo, y quizás todos seremos el mismo amor cuando nos juntemos allá por las estrellas. Quizás, como las tortugas, hagamos un camino de retorno sin necesidad de guías. Allí estaremos todos