Muchas veces la vida te aprieta, incluso en ocasiones parece que te ahoga, y siempre depende de uno mismo que la sensación de angustia te derrumbe o la enfrentes. La actitud ante los problemas nos puede condicionar a la aceptación de la derrota o la pelea superando las dificultades.
Nos pasa muchas veces que tenemos un problema y nos gana, nos arrincona, pensamos que no hay solución o que lo peor está por venir, pasamos horas y días esperando que venga el desastre y al final no llega, la dificultad se resuelve, y volvemos de nuevo a sonreír.
Hemos pasado muchos días tristes, perdiendo las ganas de vivir, olvidando mirar a las estrellas, pasear por la playa o escuchar a los pájaros, o comer en familia o con los amigos, y casi hemos entrado en una depresión dedicándole a la parte negativa de la cuestión todo nuestro tiempo y nuestros sueños.
Y se arregla. Llega el final y no ha pasado nada, milagrosamente hemos pasado la dificultad y el infierno que esperábamos se desvanece y vuelve otra vez la sonrisa. Y llegas a la conclusión de que solo la muerte te separa de la vida, pero tú mente te ha hecho pasar semanas muerto, sin vida, sin alegría.
Y te das cuenta que el pasado ya no está, se terminó, no volverá, que no puedes arreglar nada de lo que se hizo o te hicieron mal. Y que el futuro tampoco está, no ha llegado, ni se sabe cuándo llegará. Y te das cuenta que lo importante es el presente, el ahora, cada minuto y cada hora que vives, y aprendes que las horas que pierdes ya no las recuperarás.
Abraza la vida, disfruta el momento, el minuto y la hora, porque la vida es muy corta y te verás con ochenta años y querrás recuperar el tiempo perdido, pero ya no será posible. No te dejes matar por ningún problema, cualquiera que sea se resolverá.