TRAVESURAS EN LA EMPRESA. ¡Cómo va la vaina!

1992. Hay que etiquetar miles de estilógrafos Rotring en un par de semanas.

Agustín Santana, 07.01.2024

En los noventa, cuando llegaba el verano, llegaban también los estilógrafos de Rotring que los vendíamos a miles en la campaña escolar. Todavía en aquella época se estudiaba dibujo a conciencia, y El Corte Inglés pedía varios miles que había que entregar en unas dos semanas.

En el año 1992 El Corte Inglés exigió que los estilógrafos fuesen marcados con una etiqueta con su precio, así que contratamos a dos estudiantes, muy jóvenes, amigos, muy conocidos de la casa y de la familia para que en ese parón escolar del verano trabajasen en nuestro almacén y pegaran las miles de etiquetas que deberían estar listas para el final de agosto para poder ser entregadas en fecha en sus almacenes.

Las oficinas de Suárez Naranjo eran muy grandes, la tienda terminaba al final en unas mamparas donde estaba a la derecha un mostrador con la comercial de tienda, las oficinas de los comerciales, el despacho de dirección, la sala de juntas,  y por detrás de las mamparas un estrecho pasillo que daba a una puerta de acceso a la planta baja interior del edificio.

Justo antes de llegar a esa puerta, donde había cuatro escalones para situarse al nivel de la puerta, había una pequeña habitación que se usaba como pequeña cocina donde se preparaba el café, y algunas cosas de picar con una pequeña nevera de auxilio. Era el lugar de desahogo de todos, el pequeño descanso para el momento café.

Al fondo de la tienda a la izquierda bajaba una escalera y te encontrabas tres baños y un pequeño almacén que siempre estaba cerrado con llave, y ya en dirección hacia la calle de frente un mostrador de Servicio Técnico y a la izquierda una gran puerta que daba entrada al almacén.

Los dos estudiantes trabajaban ahí dentro, entre cientos de grandes cajas apiladas con muchos otros artículos y máquinas de oficina, en uno de los espacios donde podían manipular los estilógrafos para etiquetarlos. Siempre estaban de bromas y de risas, hasta que oían ¡CÓMO VA LA VAINA!.

Uno de ellos corría y se escondía detrás de alguna caja riéndose a carcajadas contenidas mientras el otro, tratando de ponerse serio, decía ¡Bien Juan, esto va bien!. A veces le llegaban las risotadas del otro y se le escapaba alguna que otra carcajada, a lo que Juan Godoy le decía….  déjate de risas y trabaja que si tu padre se entera vas a tener problemas.

Llevaban varios días tramando algo. Habían visto que en el pequeño office tenían leche condensada para los cafés, así que en una ocasión que Juan Godoy salió de la oficina decidieron subir a ver si la encontraban. Los demás no iban a reparar si ellos salían del almacén y subían las escaleras, así que tenían el camino expedito.

Llegaron al office corriendo, algo nerviosos por si les cogían, encontraron el bote de leche condensada y uno de ellos rápidamente lo levantó por encima de la cabeza, apretó con todas sus fuerzas y la leche condensada comenzó a bajar lentamente, espesa, consistente, pegajosa, pero antes de llegar directamente a la boca abierta pasa por las grandes gafas llenando los dos cristales y dejando sin vista al joven trabajador veraniego.

El otro no aguantaba la risa…. Como llegue ahora el ¡cómo va la vaina! se va a armar, y si llega tu padre me escondo debajo de la nevera. Buscaron servilletas para limpiar lo imposible, miraron por la puerta del officce para asegurarse que no había nadie en el pasillo, y salieron escopeteados pasillo adelante, sortearon el despacho del jefe y la sala de juntas, oyendo voces pero afortunadamente sin ver a nadie, bajaron la escalera y se metieron en uno de los baños.

Al cabo de un rato salieron limpios y se dirigieron al almacén a seguir pegando etiquetas de precios. Del Servicio Técnico salía y entraba gente pero nadie se dio cuenta de nada.  Siguieron avanzando a toda prisa y al rato se oyó de nuevo.

¡CÓMO VA LA VAINA!

Bien Juan, bien, la vaina va bien…….mientras el otro corría a esconder su risa.

Hicieron un gran trabajo, apreciaban mucho a su Jefe Juan Godoy, y se quedaron con un gratísimo recuerdo, para siempre, de aquellos veranos de las etiquetas y la leche condensada.

Y el padre sin enterarse de las travesuras de los dos empleados del verano.

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