Llevaban varios días tramando algo. Habían visto que en el pequeño office tenían leche condensada para los cafés, así que en una ocasión que Juan Godoy salió de la oficina decidieron subir a ver si la encontraban. Los demás no iban a reparar si ellos salían del almacén y subían las escaleras, así que tenían el camino expedito.
Llegaron al office corriendo, algo nerviosos por si les cogían, encontraron el bote de leche condensada y uno de ellos rápidamente lo levantó por encima de la cabeza, apretó con todas sus fuerzas y la leche condensada comenzó a bajar lentamente, espesa, consistente, pegajosa, pero antes de llegar directamente a la boca abierta pasa por las grandes gafas llenando los dos cristales y dejando sin vista al joven trabajador veraniego.
El otro no aguantaba la risa…. Como llegue ahora el ¡cómo va la vaina! se va a armar, y si llega tu padre me escondo debajo de la nevera. Buscaron servilletas para limpiar lo imposible, miraron por la puerta del officce para asegurarse que no había nadie en el pasillo, y salieron escopeteados pasillo adelante, sortearon el despacho del jefe y la sala de juntas, oyendo voces pero afortunadamente sin ver a nadie, bajaron la escalera y se metieron en uno de los baños.
Al cabo de un rato salieron limpios y se dirigieron al almacén a seguir pegando etiquetas de precios. Del Servicio Técnico salía y entraba gente pero nadie se dio cuenta de nada. Siguieron avanzando a toda prisa y al rato se oyó de nuevo.
¡CÓMO VA LA VAINA!
Bien Juan, bien, la vaina va bien…….mientras el otro corría a esconder su risa.
Hicieron un gran trabajo, apreciaban mucho a su Jefe Juan Godoy, y se quedaron con un gratísimo recuerdo, para siempre, de aquellos veranos de las etiquetas y la leche condensada.