Esta foto del periódico El País lo dice todo. Estamos matando el alma de Canarias y de los canarios.
Agustín Santana, 27.08.2023
La primera vez que fui a Tenerife fue en los años sesenta en uno de los correíllos . Uno de los primos se casaba con su novia de Guímar, y allá que nos fuímos muy buena parte de la familia en uno de aquellos barcos de los que queda uno, afortunadamente, salvado por una fundación en Santa Cruz de Tenerife.
Tengo muy pocos recuerdos de aquel viaje, pero la felicidad era la nota predominante: Uno de los primos, para demostrar su destreza y valentía con el movimiento del barco, hacía el pino en la cubierta mientras que las olas mojaban a todos los que por allí estaban cantando y riendo. Por suerte para mí mi padre tenía un camarote, y me metí en la cama para soportar el movimiento brusco del barco, y con los ojos cerrados pude llegar a Santa Cruz con el estómago a punto.
De la boda y del pueblo de Guímar tengo muy pocos recuerdos, salvo que las casas estaban abiertas y los cantos y las risas llenaban todos los rincones. En ese tiempo sería impensable que un canario quemase una flor, un pequeño árbol o pusiese en riesgo todo un monte. El campo era sagrado para todos los canarios, cuidado por los que vivían de él y querido por todos los que los fines de semana disfrutábamos con las familias y los amigos de su aire puro y del ritmo tranquilo.
En aquellos años mis padres tenían alquilada una casa en San Mateo y como niño disfruté muchos veranos de aquellas fincas, de la leche recién ordeñada en los establos, de aquellos cuartos de aperos que eran un mundo de fantasía para mí. Y disfruté sobre todo de su gente, del enorme esfuerzo diario por vivir y de la sabudiría de los mayores.
A principios de los ochenta comencé a ir a Tenerife, primero un par de veces al mes y después todas las semanas, y terminé alquilando una casa y viviendo para el trabajo en el barrio lagunero de las Canteras, al lado de las Mercedes. Y todos los veranos pasábamos mucho tiempo en el norte de Tenerife. Y empecé a conocer Tenerife, y toda la familia se enamoró de esa joya que es el Norte de nuestra isla, y terminamos comprando un precioso piso en la Avenida Tres de Mayo de Santa Cruz.
Y después de una vida intensísima en esa maravillosa isla te dicen que alguien, en una carretera, de noche, prende fuego en dos sitios diferentes, para asegurarse de que se queme el máximo de la belleza de nuestra tierra. Y ves la foto con la que empieza este artículo y piensas que te han roto el alma, que le han roto el alma a todos los canarios, que la locura de estos tiempos está llegando demasiado lejos.
Que los tiempos de una vida social sólida y estable quedaron atrás hace ya mucho, y que tambien los tiempos líquidos de Bauman han dado paso a una vida gaseosa sin forma propia, sin contenido, vacía de cuerpo y de alma.
Y la sociedad civil tiene que reflexionar porque nos están robando lo mejor que tenemos, lo que no se compra con dinero.
La sociedad etérea, oculta, sigiloza, los dueños del poder político y económico, los que sustentan y aplauden a los Rubiales y a los Ramírez, los que juegan a políticos cambiando el alma por el poder, esos son los que queman Tenerife.
Sigan robándonos el dinero, pero dejen en paz los valores fundamentales y el alma de nuestra gente y de nuestra tierra. No, no he perdido la esperanza. Eso tampoco nos la van a robar
Una de las canciones más bonitas de Braulio está dedicada a Tenerife.