SOMOS MÁS AMERICANOS de Los Tigres del Norte. Tratado de Guadalupe Hidalgo, 1848

LETRA

Ya me gritaron mil veces que me regrese
A mi tierra porque aquí no quepo yo
Quiero recordarle al gringo: Yo no
Crucé la frontera, la frontera me cruzó
América nació libre, el hombre la dividió

Ellos pintaron la raya para que yo la
Brincara y me llaman invasor
Es un error bien marcado, nos quitaron
Ocho estados. ¿Quién es aquí el invasor?

Soy extranjero en mi tierra, y no vengo
A darles guerra. Soy hombre trabajador

Y si no miente la historia
Aquí se sentó en la gloria
La poderosa nación
Hombres guerreros valientes
Indios de dos continentes
Mezclados con español

Y si a los siglos nos vamos
Somos más americanos
Somos más americanos
Que hijo de anglosajón

Nos compraron sin dinero las aguas del río
Bravo y nos quitaron a Texas, Nuevo México, Arizona y Colorado
También voló California y Nevada
Con Utah no se llenaron
El estado de Wyoming también nos lo arrebataron

Yo soy la sangre del indio
Soy latino, soy mestizo
Somos de todos colores y de todos los oficios
Y aunque le duela al vecino
Somos más americanos
Somos más americanos que todititos los gringos

Y, si no miente la historia
Aquí se sentó en la gloria
La poderosa nación
Hombres guerreros valientes
Indios de dos continentes
Mezclados con español

Y si a los siglos nos vamos
Somos más americanos
Somos más americanos
Que hijo de anglosajón

TRATADO DE GUADALUPE HIDALGO, 1848

El 2 de febrero de 1848 se firmó, en la villa de Guadalupe Hidalgo, cercana a la Ciudad de México, el Tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglo definitivo entre los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de América, mejor conocido como Tratado Guadalupe Hidalgo, en el cual se asentaron las condiciones de rendición de México después de la invasión estadounidense.[1]

En 1845, cuando los Estados Unidos anexionaron el territorio de Texas al suyo, y ésta aceptó su nueva condición, las relaciones diplomáticas de aquel país y México se rompieron, para dar pie al año siguiente a una guerra intervencionista. La invasión estadounidense del territorio mexicano comenzó en 1846 y terminó en 1848 con la derrota nacional y la pérdida de grandes extensiones al norte del río Bravo. Estas penalizaciones resultantes quedaron escritas en el documento que aquí nos atañe: el Tratado Guadalupe Hidalgo. Con 24 artículos principales, se firmó en plena crisis, sin contar en principio con el aval total del gobierno estadounidense, y como producto de un México fragmentado por intereses políticos diversos que, incapaces de unificarse, permitieron la invasión, pese a la heroica resistencia popular[2]

La firma estuvo a cargo de Nicolás Trist, comisionado de Paz de los Estados Unidos, y Bernardo Couto, Miguel Aristáin y Luis Cuevas, quienes no tuvieron opción para negociar: tomada la capital, la frontera norte y los puertos mexicanos, para muchos congresistas estadounidenses ni siquiera había razón para firmar la paz, pues conforme a ciertas normas de conquista el país estaba ocupado y con eso bastaba para anexionarlo. De no haberse firmado el tratado probablemente México se habría desmembrado en varios países pequeños.

Así, conforme a los dictámenes, como penalización por guerra se entregaron al país invasor cerca de dos millones trescientos mil kilómetros cuadrados, equivalente a las superficies de España, Francia, Alemania, Italia, reino Unido, Portugal, Suiza, Bélgica. Holanda, Dinamarca, Hungría y Croacia juntas. A cambio, nuestro país recibió la irrisoria cantidad de quince millones de dólares (artículo XII). El territorio perdido, hoy comprende los estados de California, Nuevo México, Arizona, Texas, nevada, Utah, y parte de Colorado y Wyoming, una extensa zona que había sido mal gobernada, descuidada, desde tiempos de la Nueva España.

Como frontera natural entre ambas naciones quedó el río Grande, para los estadounidenses, o Bravo, para los mexicanos (artículo V), y el río Gila, permitiéndose la libre navegación a ambas naciones, pero no así la elaboración de obras de ingeniería, o cobro de impuestos a los navegantes: para ellos, ambos países deben estar de acuerdo. Además, según el artículo VIII, los mexicanos residentes en los territorios anexados serían libres de viajar a México en cuanto lo desearan, además de mantener sus propiedades originales, teniendo como límite para decidir ciudadanía un año a partir de las ratificaciones del Tratado. En lo relativo a las naciones indias antes establecidas en el territorio mexicano, al pasar éste a propiedad estadounidense, éstas quedarían bajo dominio del nuevo país, ateniéndose a sus leyes, métodos y control (artículo XI). Por otro lado, y también tras las debidas ratificaciones, el Gobierno mexicano fue exonerado de pagos por reclamos de ciudadanos estadounidenses, a la vez que ambos países se comprometieron al restablecimiento del orden constitucional, y los Estados Unidos al alzamiento de su bloqueo en tierra y mar (Artículo III)[3], entre otras condiciones importantes.

Las negociaciones de paz previas a la firma del Tratado Guadalupe Hidalgo habían comenzado el 22 de noviembre de 1847, cuando Pedro María Anaya —por segunda vez, presidente interino desde noviembre 12 de 1847 hasta enero 8 de 1848— nombró a los comisionados mexicanos mencionados previamente para entrar en pláticas con Nicholas Trist. El 2 de enero de 1948, un mes antes de la firma en la villa de Guadalupe, los representantes de ambos países se encontraron. El 8 de enero Manuel de la Peña y Peña sustituyó a Anaya en el poder ejecutivo. Fue a éste a quien correspondió la responsabilidad de llevar a buen término el acuerdo. El 10 de marzo, el senado estadounidense ratifico el tratado, y el 25 de mayo hizo lo mismo el Congreso de México. Finalmente, y en cumplimiento de lo estipulado, el 12 de junio se retiraron las tropas invasoras acuarteladas en la Ciudad de México bajo el mando del general Winfield Scott. Según Ramón Alcaraz et al. en Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos (México, Siglo XXI, 1980):

“La guerra concluyó, dejando en nuestros corazones un sentimiento de tristeza por los males que nos había ocasionado, y en nuestro ánimo una lección viva de que, cuando se entroniza el desorden, el aspirantismo y la anarquía, se hacen difíciles el día de la prueba, la defensa y la salvación de los pueblos.”

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