RELATOS DE CANARIAS 6. Parte 2. “Recuerdos, 1964-1966”

Agustín Santana, 31.01.2025

Los años de la posguerra habían sido muy duros, pero la generación que le tocó vivir esa etapa lo afrontó con una entereza y valentía digna de elogio. Elías Santana trabajaba en una tienda en la calle Luis Millares, y por las tardes hacía queso y jabón para venderlo en la plaza del Mercado de Vegueta, pero buscando nuevas oportunidades   decidió seguirle los pasos a mi abuelo y se dedicó al mundo de la papelería. En la casa de mi abuela, en la calle Hernán Pérez, donde vivían mis dos abuelas frente por frente, al fondo del todo había un pequeño cuarto trastero, muy estrecho, donde puso una estantería y la llenó de lápices, gomas, papel, bolígrafos, sobres, carpetas. Para mí era un cuarto mágico, lleno de regalos.

En los años cincuenta escaseaba todo y se abrían pequeñas papelerías que ofrecían a las familias lo más básico para los estudios o para las pequeñas empresas. El barrio de La Isleta crecía constantemente por las necesidades laborales del Puerto de la Luz y esas pequeñas papelerías eran muy necesarias, así como todas las pequeñas empresas de servicio.

Mi padre llenaba un saco de esos artículos que tenía en el pequeño almacén de la casa de su madre y se iba frecuentemente a la Isleta a vender en esas papelerías. Me contó mi hermana Mari Carmen que en muchas ocasiones iba caminando para ahorrarse el poco dinero que valdría la guagua y devolvérselo a mi madre para las primeras necesidades de la casa.

Cuando llegaba a La Isleta tenía que subir del todo para visitar a todos sus clientes y al final del trabajo volver de nuevo a “Las Palmas”. En aquellos años si estabas en un barrio decías “voy a Las Palmas”, porque estaban alejados y se consideraban zonas separadas.

Con este método de trabajo de caminar y caminar, cargado con un saco que pesaría lo suyo, Elías Santana fue haciendo pequeños clientes en la ciudad de Las Palmas y en sus barrios, clientes que le fueron fiel en toda su vida profesional. Recuerdo más adelante, cuando iba con uno de los repartidores de la empresa, Distribuidora Rabadán, a entregar los pedidos a esas papelerías, que todos preguntaban por don Elías y le mandaban afectuosos recuerdos. Se había ganado su confianza y su respeto para siempre.

Poco a poco fue ganando clientes hasta que alrededor de 1964 abrió su primera empresa con almacén y oficinas, Distribuidora Rabadán, en la calle Rabadán, casi esquina con Canalejas, frente mismo del Colegio Claret. Ya vivíamos en Jerónimo Falcón, todo quedaba cerca.

Además de ser un gran trabajador mi padre ya usaba nuevas técnicas para mejorar el beneficio a través de muy poco stock. Al entrar en Rabadán había un gran mostrador y se podía ver que en el piso superior, todo alrededor, estaba lleno de cajas, pero sorprendentemente conocí que estaban todas vacías. Los clientes hacían los pedidos y se iba a buscar a La Papelera que era la suministradora al mayor evitando así los costos de los stocks.

La empresa fue creciendo rápidamente, tuvo que mudarse a la calle Buenos Aires para ganar espacio y poco después a su última sede en la calle Eusebio Navarro. Llegaban momentos muy buenos económicamente para la familia.

Cuando llegamos a Jerónimo Falcón yo tendría unos trece años y mi colegio seguía siendo El Colegio Reyes Católicos, en Vegueta, así que tuve que emular a mi padre y las más de las veces iba y volvía caminando, desde Jerónimo Falcón hasta Vegueta.

El barrio de Tomás Morales (Los Arenales) era muy activo y formamos una pandilla donde los niños íbamos por un lado y las niñas por otro, y nos juntábamos en algunos momentos. Recuerdo que todavía pasaba por las noches el Sereno, con su uniforme, su gorro y una campana.

Los edificios que dan hoy para el Obelisco no estaban construidos, eran terrenos que estaban ya ahondados para su próxima edificación, y tenían alrededor una valla metálica cerrando todo su perímetro. El primer terreno, donde se construyó después la Casa que se llamó del Cabildo y en los bajos una Biblioteca, servía para la pandilla como campo de fútbol.

Calle Tomás Morales con el Obelisco.

Entrábamos por donde la valla cedía, bajábamos el tarraplén y hacíamos nuestro partido. Cada vez que el Guardia llegaba y comenzaba a tocar el pito salíamos como alma que lleva el diablo con la pelota en las manos. Su uniforme blanco y el casco de salacot imponía como autoridad, pero normalmente nosotros corríamos más. A alguno se le ocurría, en ocasiones, cuando nos alejábamos del guardia, gritar “guindilla” y el guardia, si había dejado de correr, se activaba de nuevo más enfadado al oír el nombrete.

Eran tiempos en que los fines de semana tocaba el paseíllo por la calle Triana. Nos vestíamos guapos y allá que íbamos a pasear Triana, hacia un lado y hacia otro, las niñas en un grupo y los niños en otro.

Al principio de la calle Eusebio Navarro estaba el Cine Rex y en el descanso, cuando todos salían a la Heladería que estaba justo enfrente de la entrada, dos o tres de los nuestros nos colábamos y nos sentábamos al final de las filas para ver el segundo tiempo de la película sin pagar. Nunca nos pillaron, así que lo repetíamos.

Todavía no estaba construido el Instituto Pérez Galdós en la calle Tomás Morales, que se inauguró en el curso 1966, y hasta entonces esos solares eran plataneras.

La empresa iba muy bien y la economía familiar era excelente. A partir de 1966 comenzamos a veranear en LA PLAYA DE LAS CANTERAS, APARTAMENTOS HIERRO, en la calle Hierro, donde mis padres cogían tres apartamentos para toda la familia durante los meses de julio y agosto. Los canarios no veraneábamos todavía en el Sur.

El Turismo había empezado en torno a la Isleta, con la Playa de las Canteras y el Santa Catalina Park como centro neurálgico de una vida joven, alegre, cosmopolita. Eran tiempos en el que los turistas suecos cambiaban las normas de convivencia, los bikinis en la playa atraían la atención de toda la ciudad, en los perritos calientes se hacía grandes colas para probar ese rico nuevo invento.

Lolita Pluma hacía las delicias de las fotos de los turistas y Pepe el Limpiabotas contaba sus historias limpiando los zapatos en medio de nórdicos, franceses, árabes, indúes, canarios, mientras el Parque de Santa Catalina bullía de felicidad y de jolgorios festivos.

Santa Catalina Park, buscado siempre por los turistas.

En el otro extremo, en “Las Palmas”, en la parte antigua donde nació “El Real de Las Palmas”, la Plaza del Mercado de Vegueta era un centro de encuentro por donde andaban Pepe Cañadulce anunciando las fiestas de los pueblos y Andrés el Ratón saliendo de los bajos del Puente de Palo donde vivía.

Era una época donde ir al Sur, a la Playa del Inglés, era toda una aventura. Salían cinco o seis coches de la familia, comandados por Agustín Correa, y parábamos en el Restaurante La Estrella, a escasos veinte kilómetros de Las Palmas, supongo que por el estado de la única carretera al Sur.

Nada había construido, y al llegar a la Playa del Inglés nos encontrábamos con una cadena que cerraba la entrada de tierra hacia la playa. Un vigilante del Conde nos dejaba pasar, y recuerdo que era una carretera de tierra, con tomateros a izquierda y derecha, y terminábamos donde hoy está el Hotel Ríu Palace Maspalomas al final de la actual Avenida Tirajana. Bajábamos por el terraplén y nos encontrábamos con una playa absolutamente virgen, donde recuerdo había un búnker medio enterrado en la arena. Allí pasábamos un día de ensueño. 

En 1964 comenzó el turismo en la Playa de San Agustín con la inauguración de los Apartamentos Los Caracoles y el Restaurante La Rotonda. Un año después, en 1965, se inauguró el Hotel Folías, y comenzaba a ser una gran realidad la zona turística más importante de Canarias con el Proyecto Maspalomas Costa Canaria.

Restaurante La Rotonda, San Agustín.

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