Las Palmas de Gran Canaria en los años sesenta era una ciudad muy viva, con unos doscientos mil habitantes frente a los casi cuatrocientos mil que tenemos hoy, con dos puntos de encuentros tradicionales, la calle Triana y La Playa de las Canteras, y la expectación por el progreso con un turismo joven, nórdicos preferentemente, en los meses de invierno de noviembre a marzo.
La ciudad estaba partida en dos, el Puerto y la Isleta donde estaba la diversión y las discotecas, con la Playa de las Canteras y el Parque de Santa Catalina como puntos neurálgicos, y el Parque de San Telmo, la calle Mayor de Triana y el barrio de Vegueta.
Con los Beatles llegaba una nueva forma de ver la vida, una revolución juvenil que necesitaba romper los moldes establecidos para librarse de las ataduras convencionales, una contracultura de confrontación generacional en la moda, en la estética, en las relaciones. Y con los Hippies llegaba una generación nueva de poetas, de escritores, de artistas con su fraternidad bohemia que cambiaba radicalmente las formas de vida y la actitud ante ella.
La influencia de estas nuevas corrientes llegaba a nuestra ciudad que ya era una ciudad cosmopolita, con culturas muy diferentes que se concentraban en el “Catalina Park”, primera pregunta que hacían los turistas cuando llegaban a la ciudad. La pujanza del Puerto de la Luz contribuyó a las reuniones al aire libre que proporcionaba el Parque, una espléndida armonía entre los canarios y los turistas, marineros, comerciantes africanos, rubias escandinavas, artistas y pintores callejeros, y personajes nativos inolvidables como Lolita Pluma y Pepe el Limpiabotas hacían de Catalina Park un lugar único.
La Playa de las Canteras siempre ha sido el corazón de la ciudad, desde finales del siglo XIX, y ya en la mitad del siglo XX lugar donde se pasaba los meses de vacaciones, los que podían en los apartamentos y otros en las casetas de madera. Era la playa de todos, el baño y el sol, los juegos en la arena y con las olas, el paseo tranquilo con las copas, las reuniones de amigos en la arena por las noches, el inicio del turismo, los primeros bikinis de España, el olor y el sabor a mar por todas partes.
La calle Triana fue siempre el tradicional centro comercial de Las Palmas de Gran Canaria, donde nacieron las grandes consignatarias de los ingleses, la Casa Miller con un amplio caserón, los Almacenes Cardona, las viejas tiendas en los bonitos edificios, la calle principal por excelencia para las compras, el paseo y el encuentro, como si fuera el salón de la vieja ciudad, con el paseo de la gente joven y mayor de un lado a otro, un lugar con sabor a lo conocido, lo propio, lo cómodo.
En este ambiente festivo y alegre los jóvenes de la época eran felices, con su ciudad, con su playa, con su calle Triana, con el pelo largo, los pantalones de campana o la minifalda, colarse en el cine Rex en el descanso, siempre con su pandilla de amigos, con la amistad, la lealtad al grupo, la alegría planeando los días siguientes, hacer torneos de lucha canaria, carreras de fondo dando vueltas en las calles, el juego de las chapas de una alcantarilla a otra, las espadas de madera hechas por los mismos niños, las reuniones en los parques hasta la hora de llegar a casa.
Una ciudad vieja que se transformaba a pasos agigantados con su nueva generación de jóvenes alegres, con la música maravillosa y transformadora de los Beatles.