Agustín Santana Correa, 19.04.2025
Hace una semana vi de nuevo “Los Miserables” y ayer “La Pasión de Cristo·, película algo controvertida de Mel Gibson.
La verdad es que son dos obras que te encogen el estómago, te ponen en tensión casi todo el tiempo por lo dramática que suponen muchas escenas que sabes que ocurrieron de verdad, uno hace doscientos años y el otro más de dos mil.
La novela de Victor Hugo te cuestiona sobre el bien y el mal, y sobre lo que está tanto en cuestión hoy, quizás como siempre, sobre la ética y la moral en la política, la justicia, la religión.
El Viernes de Pasión los cristianos renovamos la fuerza física que te puede dar la fuerza interior para luchar por la vida, por los demás, la entrega por los más débiles, y por una vida de amor para los que te aman y para los que no.
En el musical se te abren las entrañas por las injusticias de que somos capaces los hombres para seguir adelante, arrasando con todo lo que se ponga por delante para conseguir objetivos disfrazados que te lleven donde quieres estar.
Hay momentos que te conmueven realmente, como cuando Fantine, la madre de Colette, ha sido arrojada a la miseria de las prostitutas viviendo en la calle, la persiguen y le pegan, y en medio de ese sufrimiento dice “ Soñé que Dios me perdonaba”… Una mujer que lucha lo indecible por su hija, contra toda una sociedad machista, se siente culpable de no poder con los salvajes para lograr el bienestar de su pequeña.
El amor roto de Eponine con la fuerza dramática de su llanto,
O cuando el Obispo Myriel le dice a Jean Valjean “Amar a otra persona es encontrar la faz de Dios”, inspirándole a amar y a proteger a Cossette y amar a todo el mundo.