NÉSTOR DORESTE PADILLA. «La Filosofía de la Playa de La Laja» Capítulo 2. (Próximo Capítulo día 20.)

«Inicialmente, ese grupo lo componían los amigos Néstor Doreste González, Miguel Padilla Moreno (mis dos abuelos) y Agustín Motas Alemán, que fueron los primeros que le dieron vida al sitio.»

Fotografía del Ábum familiar.

«Dejaron como herencia a sus hijos un claro significado de lo que significan la educación y el respeto, haciendo que estos valores se convirtieran en la característica principal de la persona que hoy es considerada como “lajero”.»

La Filosofía de la Playa de La Laja

Capítulo 2

 

Las familias sólo utilizaban las viviendas en los meses de verano, época de vacaciones colegiales y fue durante esos trimestres, año tras año, donde empezó a formarse el grupo de amigos que crearon lo que yo llamo “La Filosofía de La Laja”. Inicialmente, ese grupo lo componían los amigos Néstor Doreste González, Miguel Padilla Moreno (mis dos abuelos) y Agustín Motas Alemán, que fueron los primeros que le dieron vida al sitio, no sólo veraneando en ella si no, también, organizando sancochos, caldos de pescado y pescas entre diferentes grupos de amigos comunes que se desplazaban desde la ciudad varias veces al año, aderezando las reuniones con los correspondientes partidos de envite, de subastado o de zanga y sin faltar nunca los obligados aperitivos marineros.

Cuando los hijos de ese trío, Simón Doreste, Pablo Padilla y Agustín Motas, junto con otros familiares y amigos comunes, se casaron, fabricaron o alquilaron casas, de forma que continuaron veraneando  con sus familias durante mucho tiempo. Entre algunos de estos residentes y aquellos amigos que venían de la ciudad, organizaron un grupo al que llamaron “La Jarca” y muchos días, especialmente los fines de semana y las fiestas, pasaban el día entre  juegos, guitarras, pesca y charlas en una casa que habían alquilado para tal fin. Así se fue consolidando la presencia de grupos familiares, la mayor parte de ellos parientes o conocidos.

En las catorce casas, estoy hablando de mi época de niño, terminaron de cerrar el “censo”, además de las citadas familias Doreste, Padilla y Motas, las encabezadas por Manuel Velázquez, Juan Rivero, Rafael Perdomo, Juan Ascanio, Miguel González (alias “el duro”), Bartolomé Sansó, Pedro Trujillo y Juan de Dios.

Las reuniones eran bastante frecuentes entre los veraneantes aunque, como es lógico, no todos participaban con la misma asiduidad que lo hacía el grupo principal. Casi siempre, había un buen motivo para hacerlas, cosa normal porque, entre ellos, se había desarrollado un destacado sentido de la camaradería, del afecto y de la amistad.

Fotografía del Ábum familiar.

Siempre he pensado que estos grupos familiares, sin ellos saberlo, por su manera de ser y por su comportamiento, dejaron como herencia a sus hijos un claro significado de lo que significan la educación y el respeto, haciendo que estos valores se convirtieran en la característica principal de la persona que hoy es considerada como “lajero”. Nunca hubo enfados ni discusiones. Yo creo que fue un lugar bendecido, un lugar especial, muy especial.

Hay personas que vivieron en ella que no tienen la consideración de “lajeros” porque apenas intervenían en las reuniones, pescas, juegos, etc. Yo hablo de “lajero” cuando se tiene asumida aquella forma de vida en común, aquella filosofía basada en el compañerismo, la educación y el respeto. El amor a ese lugar, transmitido por nuestros abuelos y, después, por nuestros padres, el “lajero” auténticos lo sigue conservando hoy, a pesar de los años que han pasado. Si el poseedor de ese recuerdo inolvidable lo mantiene hoy en toda su pureza e intensidad, es decir, inamovible, ese es un “lajero. Si vivió en La Laja y no guarda hoy dentro de sí la memoria entrañable de aquella época, ese no es “lajero”. Esa es la única condición que se requiere para ser llamado así. Eso no es malo ni es bueno y nadie es mejor que otro, sólo se trata de conservar en su corazón un valor sentimental muy arraigado o de no conservarlo. Nada más que eso.

Para mí, particularmente, concretamente, es un recuerdo muy valioso que ha permanecido conmigo siempre. A los tres días de nacido me llevaron a La Laja y hoy tengo ochenta y cuatro años y nueve meses, pues bien, en todos esos días, en todas esas horas, en todos esos minutos y en todos esos segundos, mi recuerdo me sigue aportando felicidad, optimismo y alegría. Fueron años maravillosos, esperando siempre ansioso la llegada del verano para volver a disfrutar de su mar y de su arena, del permanente olor a salitre y a marisco. Inolvidable y entrañable ese preciado recorrido vital mío, qué tanto, tanto, ha influido en mi vida de forma positiva.

Pasados los años, he sentido como el recuerdo de La Laja se convierte en un hermoso impulso de energía que se desarrolla en mi interior y que me invita poderosamente a ser mejor cada día. La amistad, la solidaridad, la generosidad, el compromiso, la educación, el compañerismo, las puertas abiertas, el respeto, el amor por la naturaleza y la empatía son valores por los que lucho cada día para que no me abandonen y así poder hacer posible que mi carácter de “lajero” me acompañe hasta el fin de mis días, porque a ese carácter le debo la vida y le debo ser el hombre más feliz del mundo. Un carácter que ha perdurado durante cuatro generaciones.

Magníficas las mañanas de sol y de playa, con un hermoso manto de agua salada, tranquila la mayoría de los días y otras veces con presencia de olas propias de la mar encrespada, adecuadas para ser “sebadas”. Hermosas olas de viento o de mar de fondo, con una cresta máxima, en ambos casos, de un metro, lo que facilitaba el juego y la competición de los bañistas sebándolas a pecho, con los brazos estirados o con panas, que así llamaban los pescadores a las tablas no fijas del “suelo” de sus barquillos de dos proas, colocadas una a continuación de otras para evitar pisar sobre las incómodas cuadernas y poder moverse con agilidad en su interior, no sólo para remar sino, también, para poder echar al agua las redes, los trasmallos y las nasas.

Espectaculares aquellos atardeceres tranquilos y descansados, esperando la noche de las reuniones familiares de charla y de pesca de lanzado desde las terrazas de las casas. Espectaculares los enyesques y los lances de redes o de trasmallos de arrastre en la nocturnidad, todos en silencio para no “espantar” al pescado e iluminados por un petromax de mano. Espectaculares los ratos de música y los juegos antes de irnos a la cama. Para los niños y niñas era como vivir en un paraíso. Todos considerábamos a la playa como “nuestra propia playa”. Nos ayudaba a dormir plácidamente el agradable y hermoso ruido de las piedras permanentes de aluvión que estaban entre la carretera y la orilla (no eran piedras de marisco) cuando eran removidas por las olas en su viaje de ida y vuelta por las noches a marea llena.

Capítulo 3 día 20.

2 comentarios en «NÉSTOR DORESTE PADILLA. «La Filosofía de la Playa de La Laja» Capítulo 2. (Próximo Capítulo día 20.)»

  1. Delicioso.
    Que bien expresado todo lo relativo a esa parcela tan bonita de tu vida, y que importante para ti, familia y buenos amigos ser partícipes de todo ello. atraves de tan digna como genial redacción.
    Envidiable experiencia que justifica tu saber ser y estar en la vida.
    Mi felicitación y agradecimiento por hacerme partícipe de esa bonita inquietud.
    Muchas gracias,

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  2. Desde luego que no se puede expresar mejor, que Jorge Quevedo, lo que se siente al leer tus experiencias.
    Solo que yo añadiría, que tuve la suerte de vivir contigo algunos momentos de mi vida en La Laja y que para mi sigue siendo algo inolvidable.
    Un abrazo

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