«No olvides nunca, nunca, que eres un ser libre. Actúa como tal»
Anoche, mi otro «yo» me habló al oído en voz baja y grave.
Me dijo que había cometido un grave error al haber pasado gran parte de mi juventud disimulando mis sentimientos. Entonces pude recordar que, como consecuencia de ello, la timidez se instaló en mí, quizás demasiados años.
Pero esa circunstancia juvenil me enseñó a reconocer, instintivamente, a los egoístas, a los hipócritas y a los que falsifican la verdad, porque cerrarte a los demás te hace ser, involuntariamente, muy, muy, observador.
Al principio, mis relaciones normales eran ficticias porque el fulgor propio de un joven animoso estaba casi completamente apagado, casi anulado. Pero, pasados unos años, un día, de forma sorpresiva, perdí el miedo y la verguenza y, sobre la marcha, se lo agradecí enormemente al destino porque eso me facilitó, es decir, me puso delante, la hermosa posibilidad de descubrir lo que es la verdadera amistad, preciosa palabra, y porque, además, ese miedo y esa vergüenza irracionales huyeron rápidamente de mí en ese mismo momento, seguramente porque vieron como los años me estaban aportando seguridad y algo, muy poco, de cierta sabiduría.
A pesar de haber crecido en un entorno cómodo y alegre, mi forma de ser se «cerró» hasta que, más tarde, pude asimilar el afortunado hecho de que estaba viviendo en libertad. Eso fue lo que me pasó.
Mi otro «yo» me dijo antes de irse, en un tono de voz mucho más suave: «No olvides nunca, nunca, que eres un ser libre. Actúa como tal».
