Néstor Doreste Padilla, 07.09.2024
Si nos ponemos a pensar un poco en plan sereno y algo filosofal, yo creo que no tenemos palabras para agradecer que se nos haya permitido vivir tantos años y, encima, vivirlos en una pequeña y hermosa porción de la enorme tierra, donde la luz, el brillo y la claridad permanentes de su clima hace obligatorio tener que esbozar una enorme sonrisa en el interior de nuestra alma.
Esa forma humilde de vivir bendecido por los dioses demuestra que la vida, si sabes aprovechar las circunstancias favorables que te han ocurrido y no pensar en las no tan afortunadas, es un recorrido milagroso de hechos ocurridos a cada uno de nosotros.
La familia, la educación, los estudios, los trabajos, los hijos, los nietos, los amigos, los momentos únicos, el diálogo, pensar, decidir, sonreír.
Son tantas, tantas, las vivencias positivas que hemos tenido la inmensa fortuna de vivir y verlas pasar y tocar con la mano que la característica principal de nosotros, a la enorme edad que tenemos, debe ser el agradecimiento al destino, que nos ha permitido sentir amor, la palabra más bonita que hay.
Es una verdadera grandeza sentir amor a lo que cada ser humano decida tenérselo, porque cada uno de nosotros es dueño de colocar sus sentires donde quiera, donde crea que es lo mejor para él. La vida representa la belleza que existe en el mundo. La naturaleza, el arte, la posibilidad de comunicarte, respirar profundo el aire que te la proporciona, dejar correr por tus mejillas la lluvia que te acaricia, sentir el frío y el calor, poder abrazar a quien quieras.
No se puede pedir más honor. Saber dejar atrás el dolor y saber convertirlo en recuerdo es una lección a aprender para que la vida fluya y se apodere de ti.
Poder decir «te quiero» es un poderoso acelerador de la alegría.
Gracias, destino querido, que me has regalado tantos años para vivir la vida que me has prestado.
Te devolveré ese generoso favor, ese hermoso gesto que has tenido conmigo. Tenlo por seguro.