LAS TRADICIONES. Los Reyes Magos y Papá Noel. Los Guindillas.

El día de Reyes jugaba con mi nieto Leo.

Leo tiene dos años y cumplirá los tres en cuatro meses. Los Reyes le habían traído un Coche de Bomberos y estaba como loco con su juguete.

¡Abuelo, siéntate aquí!

Estaba sentado en el suelo, con las piernas abiertas, y yo tenía que situarme igual con las piernas abiertas tocando talón con talón y dejando un camino entre piernas para el recorrido del camión.

¡yo te lo tiro y tú me lo tiras!

De un lado a otro corría el camión, unas veces con las luces y otras con el sonido de la sirena. En una de las ocasiones que me llega el camión lo levanto con las manos en señal de alegría y me dice: ¡no, no, no….. moviendo el dedo de un lado a otro, dice: pesa mucho.

Le pregunto, Leo en tu casa ¿tienes un coche de policía?

¡No, el coche de policía está en la calle!

¡Anda!, si hacemos una travesura y nos ve nos va a perseguir. Leo, si vienen a por nosotros miramos para atrás, decimos GUINDILLA, y salimos corriendo a escondernos.

No, no, no, guindilla no…….

Inmediatamente me transporté a los años sesenta, cuando con trece o catorce años jugábamos al fútbol en un solar del Obelisco de la calle Tomás Morales. Era donde ha estado últimamente una Biblioteca y delante uno de los dos parquillos. Habían hecho ya un hoyo en todo el solar de unos dos metros abajo y estaba rodeado de verjas. Nosotros entrábamos por algún sitio donde la verja estaba algo suelta, la que da a la calle Galo Ponte llegando a la esquina del Obelisco, y en frente una Casa de Socorro.

El guardia local llevaba pantalón negro, casaca blanca y gorro de Salacot blanco. ¡salgan de ahí! ¡al cuartelillo!

Salíamos corriendo como alma que lleva al diablo y siempre se le ocurría, a alguno de la pandilla, mirar para el guardia y decir ¡GUINDILLA!, lo que cabreaba más al policía local y comenzaba a tocar el silbato a ver si algún compañero le escuchaba y venía a por nosotros.

Las patas nos llegaban al culo, corríamos mucho más que el guardia, que a veces era redondito, y desaparecíamos por la calle Tomás Morales y otras hasta que el guardia se cansaba y se marchaba………

Martina y Alvaro, otros nietos:

Abuelo, ¿a ti que te trajo Papá Noel cuando eras pequeño?……

Nada, Papá Noel nada, porque en aquellos tiempos solo venían los Reyes Magos. No conocíamos a Papá Noel, y tampoco nos hacía falta. ¡Teníamos a los Reyes Magos de Oriente, a Melchor, a Gaspar y a Baltasar!

Cada niño tenía su rey favorito, y el mío era Melchor.

¿y los viste alguna vez?

¡Claro que sí!,

¡Cuéntamelo por favor!

Mira, cuando era muy niño, en la casa de mi abuelo, en la calle Hernán Pérez, teníamos un tío que era carpintero, y cuando llegaba el mes de diciembre montaba un Belén enorme. Era una mesa muy grande que poco a poco se iba vistiendo. Y cada día aparecía algo nuevo, una montaña, un río con agua, unas casitas, unas cuevas, un pastor con sus ovejas……

A cada uno de nosotros, de los primos, nos tocaba poner una figura, y siempre esperábamos a ese día con mucha ilusión. Y el día más esperado era cuando se ponía a los tres Reyes Magos en sus camellos. Se ponía muy lejos del Portal, y cada día al levantarnos íbamos a ver cómo se estaban acercando. Recorrían las montañas y los ríos y cuando llegaba el día seis de enero los Reyes estaban muy cerca del Portal.   

Muchos años después vivíamos en la calle Tomás Morales, justo enfrente del Instituto Pérez Galdós. Tendría yo unos catorce años. La casa era grande, y mi dormitorio estaba al final de todo. La noche del cinco de enero todos dormíamos, era muy tarde, y yo me levanté y fui a uno de los dos salones, donde siempre los Reyes dejaban los regalos. Llegué muy despacio, sin hacer ruido, y vi que uno de los sillones del sofá estaba de espaldas, mirando hacia la calle. Por encima de uno de los brazos sobresalía algo, como la punta de una corona.

De repente el sillón se movió hacia la derecha y, con asombro, vi sentado al Rey Melchor, con su gran barba blanca. Fijé la mirada y de repente desapareció, me asusté mucho y volví corriendo a la cama. Me tapé hasta arriba, del todo, y empecé a oír unos ruidos que no daban miedo, y empecé a dormir, me quedé dormido.

Mi padre siempre nos despertaba tocando una trompeta, era la señal de que los Reyes Magos habían llegado. Yo fui el último en llegar al salón, todos estaban abriendo los primeros regalos, y me fijé en el sillón: estaba mirando hacia dentro de la casa y lleno de las cajas de regalos. Y pensé que no había sido un sueño, que había sido verdad, que había visto a Melchor descansando antes de poner los regalos. Hasta ahora.  

¿Y sigues creyendo en los Reyes Magos?

¡Claro que sí!, en los Reyes Magos y en los Guindillas, aquellos guardias que vestían de blanco y cuidaban de todos, los que se ponían en algunas esquinas a controlar el tráfico con el pito, los que seguían a los niños traviesos diciéndoles…… ¡los Reyes Magos les van a traer carbón!

Pero siempre teníamos regalos. Los Reyes Magos no fallan nunca a los niños……ni a los mayores.

Deja un comentario