Martina y Alvaro, otros nietos:
Abuelo, ¿a ti que te trajo Papá Noel cuando eras pequeño?……
Nada, Papá Noel nada, porque en aquellos tiempos solo venían los Reyes Magos. No conocíamos a Papá Noel, y tampoco nos hacía falta. ¡Teníamos a los Reyes Magos de Oriente, a Melchor, a Gaspar y a Baltasar!
Cada niño tenía su rey favorito, y el mío era Melchor.
¿y los viste alguna vez?
¡Claro que sí!,
¡Cuéntamelo por favor!
Mira, cuando era muy niño, en la casa de mi abuelo, en la calle Hernán Pérez, teníamos un tío que era carpintero, y cuando llegaba el mes de diciembre montaba un Belén enorme. Era una mesa muy grande que poco a poco se iba vistiendo. Y cada día aparecía algo nuevo, una montaña, un río con agua, unas casitas, unas cuevas, un pastor con sus ovejas……
A cada uno de nosotros, de los primos, nos tocaba poner una figura, y siempre esperábamos a ese día con mucha ilusión. Y el día más esperado era cuando se ponía a los tres Reyes Magos en sus camellos. Se ponía muy lejos del Portal, y cada día al levantarnos íbamos a ver cómo se estaban acercando. Recorrían las montañas y los ríos y cuando llegaba el día seis de enero los Reyes estaban muy cerca del Portal.
Muchos años después vivíamos en la calle Tomás Morales, justo enfrente del Instituto Pérez Galdós. Tendría yo unos catorce años. La casa era grande, y mi dormitorio estaba al final de todo. La noche del cinco de enero todos dormíamos, era muy tarde, y yo me levanté y fui a uno de los dos salones, donde siempre los Reyes dejaban los regalos. Llegué muy despacio, sin hacer ruido, y vi que uno de los sillones del sofá estaba de espaldas, mirando hacia la calle. Por encima de uno de los brazos sobresalía algo, como la punta de una corona.
De repente el sillón se movió hacia la derecha y, con asombro, vi sentado al Rey Melchor, con su gran barba blanca. Fijé la mirada y de repente desapareció, me asusté mucho y volví corriendo a la cama. Me tapé hasta arriba, del todo, y empecé a oír unos ruidos que no daban miedo, y empecé a dormir, me quedé dormido.
Mi padre siempre nos despertaba tocando una trompeta, era la señal de que los Reyes Magos habían llegado. Yo fui el último en llegar al salón, todos estaban abriendo los primeros regalos, y me fijé en el sillón: estaba mirando hacia dentro de la casa y lleno de las cajas de regalos. Y pensé que no había sido un sueño, que había sido verdad, que había visto a Melchor descansando antes de poner los regalos. Hasta ahora.
¿Y sigues creyendo en los Reyes Magos?
¡Claro que sí!, en los Reyes Magos y en los Guindillas, aquellos guardias que vestían de blanco y cuidaban de todos, los que se ponían en algunas esquinas a controlar el tráfico con el pito, los que seguían a los niños traviesos diciéndoles…… ¡los Reyes Magos les van a traer carbón!
Pero siempre teníamos regalos. Los Reyes Magos no fallan nunca a los niños……ni a los mayores.