RELATOS DE CANARIAS 8.- ISRAELITO, Quesero de Betancuria.

Jean de Betehncourt fue uno de los jefes normandos que conquistó Fuerteventura, antes de la conquista de Canarias por los castellanos, y fundó la ciudad de Betancuria en 1405

Agustín Santana Correa, 30.12.2023

Betancuria fue la primera ciudad fundada por los europeos junto con el Rubicón en Lanzarote.

Está en un valle interior de la isla, rodeada de montañas, y en ella también se fundó el primer centro evangélico de las islas, el Convento Franciscano de San Buenaventura, donde convivían  monjes franciscanos que jugaron un papel muy importante en el desarrollo del pueblo.

Cuando llegas a Betancuria su historia te atrapa. Y eso es lo que le debió pasar a mi suegra, Yeya, que pasó algún que otro verano con sus tías en los años cuarenta. Gloria y Lola vivían en una casita antigua, en la calle principal, enfrente del bar de siempre que encuentras a la derecha cuando llegas al pueblo subiendo desde Vega de Rio Palmas, donde la Virgen de la Peña.

Rosario Martín, Yeya, mi suegra, era una mujer bellísima que encandilaba a todos cuando llegaba desde Las Palmas de Gran Canaria a pasar unos días en el pueblo.

En aquella época se era muy exigente con las salidas de noche de las mujeres, así que con Gloria y Lola se acostaban muy pronto y se tapaban hasta arriba. Dejaban pasar un tiempo hasta que se destapaban, salían sigilosas de la casa y campo a través, subiendo montañas, con su primo Miguel, se iban caminando hasta Antigua donde se celebraban las fiestas. Volvían antes del amanecer para que no se dieran cuenta, se metían en la cama, y a las pocas horas ya las estaban despertando para el desayuno.

Nos contaba esta historia con una alegría inmensa, con los recuerdos de aquellos tiempos jóvenes, y lo pudimos comprobar la primera vez que fuimos con ella a Betancuria a principios de los noventa. El reencuentro fué realmente emotivo.

De eso hace treinta  años, y repetimos la visita en los años siguientes. Llegar al pueblo era como respirar aire fresco, y nos recibían con un cariño especial, con la mesa preparada, y con queso de Tiscamanita. A pesar del maravilloso queso que tenían en el pueblo, a Lola le gustaba especialmente el de Tiscamanita, y cuando sabía que ibamos a llegar ya lo tenía comprado.

El día de la visita era un torrente de sentimientos buenos. A Glora y a Lola no le gustaba mucho, pero dejábamos las cosas y nos acercábamos a ver a Pepe y a Milagros, a unos minutos caminando hacia abajo, en otra casita vieja con un patio a la entrada que estaba rodeado por dos habitaciones y la cocina. Pepe era todo un señor, había sido alcalde del pueblo, tocaba la guitarra, y hablábamos y hablábamos sin parar.

Milagros preparaba un café que, acostumbrado al café de casa, fuerte y oloroso, me resultaba bastante claro y con sabor rancio. Pero siempre me lo tomaba, no admitía un no porque sabía que tomaba mucho café. Después de la visita y la charla teníamos que subir rápido a casa de Gloria porque ya nos estaban esperando en la puerta.

A mis hijos les encantaba acercarse a un muro, al lado de la puerta de la casa, que daba a un terreno que estaba a unos tres metros abajo donde había siempre gallinas.

Y a mí me gustaba ir a casa de Israelito a comprar queso. Vivía saliendo del pueblo hacia el norte, dejando atrás a la Iglesia y su plaza. Alguna vez le ví llegar con sus cabras y me queda esperándole mirando los muros derribados del Convento. Solo quedaban las paredes de la Iglesia, fuer arrasado por los piratas berberiscos en 1539

Cuando llegaba metía las cabras en el corral y nos dirigíamos al cuarto donde guardaba sus quesos. En varias tablas a distinta altura  tenía sus tesoros a más curados más arriba. En una de las ocasiones me fijé en un queso muy curado, que tenía arriba a lo último, y le indiqué que era ese el que quería.

«Por nada del mundo vendo ese queso. Me puede traer lo que se le ocurra, por muy importante que sea, que no le daré ese queso. Cualquier otro, pero ese no».

Elegí otro de los quesos y para explicarme porque no me vendía el queso me llevó hasta su cocina. En la mesa tenía otro queso igual de curado, partió un buen trozo y me dijo que lo probara. Era de una textura firme y seca, duro, de un sabor intenso, ese sabor único que tiene el queso majorero, pero mejorado.

«Esa es mi comida diaria. Lo acompaño con cualquier otra cosa, con pan, con alguna lata en conserva que abro, pero siempre el queso. Es mi vida».

Al volver a la casa ya estaba preparada la mesa, y el plato que más me gustaba: Lola ya tenía un plato de queso preparado y la sartén lista. Un par de huevos fritos tan rojos, tan intensos, que por más que mojaba con el pan siempre quedaba algo en el plato. Antes había ido yo con el coche a comprar pan a la panadería de Vega de Rio Palmas, muy cerca de la Iglesia donde la Virgen de la Peña. El pan de puño que llamamos.

Durante varios años fuimos a Betancuria donde nos recibían siempre con expectación y alegría. En los últimos viajes se había incorporado a la casa Aurora, hermana de Gloria y Lola, que vivía en Tenerife y se había quedado viuda. Era bastante sorda, y cuando hablábamos siempre le preguntaba a alguna de las hermanas, alzando la voz, «qué dice, qué dice».

Tres viejecitas adorables en uno de los pueblos más bonitos que se pueden visitar.

Betancuria siempre en el recuerdo

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