Toda una vida intentando hacer felices a los demás. Toda una vida sin pensar en ella. Sus sentimientos más íntimos, sus miedos, alegrías, frustraciones, ilusiones, los guardó en una cajita de cristal y la encerró en su corazón.
A veces, en soledad, abría la caja, y planeaba cómo hacer realidad sus sueños, pero debía volver a esconderla, otros la necesitaban y se entregó en cuerpo y alma para que pudiesen lograr sus objetivos.
No pedía nada a cambio. Sólo un te quiero, un abrazo, una sonrisa.
Y un día se dio cuenta que ya nadie la necesitaba, su corazón latía con fuerza, la caja de cristal le estaba reclamando que la dejara salir a la luz.
«Es tu momento, sácame de aquí y cumple con todo lo que has escondido tantos años»
Pero ya no le quedaban fuerzas. Ya no se sentía capaz de poder realizar sus sueños. ¿Ahora, para qué?. Se preguntaba.
Hasta que un día vio la miseria que asolaba a otros países, destrucciones de ciudades, aniquilamiento de seres humanos, niños perdidos, almas errantes, gente estancadas, encerradas sin posibilidad de tener una vida digna.
Se sintió egoísta, estúpida lamiéndose sus heridas que simplemente eran rasguños, rozaduras que sólo afectaban a su ego y orgullo y decidió abrir su caja.
Realizaría sus sueños, por todos aquellos que no podían hacerlo. Con cada uno de ellos pidiendo al Universo , que a cambio diera una oportunidad a los que no podía.
Cada sueño realizado, debía iluminar a cada una de esas personas sin mundo.
Ese fue su trato, con su caja de cristal y con su corazón.