«Las siete Islas»
Con ademán gallardo y rico adorno
de nácar, de coral, de perlas y ámbar,
salieron al sarao siete nereidas,
hijas del mar de la Misericordia.
Salieron imitando a las Canarias
en las divisas, galas y blasones;
y no solo por ser éstas y aquéllas
en número y piedad tan semejantes,
sino porque en Canaria, la gran reina
de todas las demás de aqueste nombre,
fue de san Nicolás hallado un templo
cuando la conquistaron españoles
que ser de mallorquines fabricado
dice la fama, muchos siglos antes.
Salieron, pues, las siete de este modo:
una llevaba todo recamado
de espadas y de palmas el vestido,
con diadema real de lauro y oro.
Otra, el excelso Teida por divisa,
coronada de pámpanos frondosos
y esparciendo el metal que más se estima.
Otra, con una palma por trofeo,
porque la lleva en discreción y gala,
en trato cortesano y bizarría,
a cinco de las bellas Fortunadas.
Con bella laura de fragantes flores
salió la cuarta, y ademán bizarro,
haciendo muy bizarras cabriolas
con que suele rendir hombres armados.
La quinta, coronada de aquel árbol
que, distilando de sus hojas perlas,
se llena de cristal un gran estanque,
con que los moradores se sustentan.
La sexta se mostró gallarda y bella,
de cándidas espigas coronada,
convidando con ellas a las otras,
ufana de haber sido la primera
que a la cristiana enseña se redujo
y la que vio primero en su distrito
la mitra pastoral de aqueste reino.
La séptima y postrera entró danzando
con gran disposición y gentileza,
que a todas las demás excede en esto,
llevando por divisa una guirnalda
de la estimada orchilla de que abunda.