ALCÁNTARA, Revista del Seminario de Estudios Cacereños, 2024, número 97.

Mi querido amigo Juan de la Cruz me regaló este libro hace unos días. Soy un enamorado de Cáceres, he seguido los magníficos escritos de nuestro buen escritor y mejor cacereño, he disfrutado con su “CACEREÑEANDO” y me intrigó la revista desde que llegó a mis manos.

Agustín Santana, 08.04.2025

Conocí Cáceres hace unos veinte años y me atrapó para siempre. He estado muchas veces, algunas de ellas en período largo, y es una ciudad, hasta hace poco escondida, que hay que vivir alguna vez en la vida. El 5 de marzo de 2024 publiqué en esta web el artículo “Extremadura, una joya de España desconocida” y decía:  

“Extremadura es uno de los lugares más bellos y más sorprendentes de España y a la vez más desconocido. Durante años fue olvidada para las comunicaciones por los gobiernos centrales y eso determinó su aislamiento y su desconocimiento. Hoy ya cuenta con una red de autopistas que permite visitarla cómodamente, aunque su red ferroviaria siga prácticamente inexistente.

Desde bachpuccinithebeatles.com queremos darle a Extremadura toda la visibilidad posible, invitar a todos a que la visiten y la conozcan, y que no se pierdan lugares únicos e incomparables, gastronomía de primer orden, historia viva de España en sus ciudades y monumentos.”

En varias de mis visitas aprovechaba las tardes tranquilas para ir solo a la ciudad antigua y perderme callejeando, con los sentidos abiertos, para disfrutar de momentos únicos, inolvidables, retrocediendo hasta 1229, buscando sin saberlo el callejón de la Mansaborá, o el de Don Álvaro, sin conocer esas leyendas que aprendí mucho más tarde con la lectura del cacereño de pro Juan de la Cruz.

Cuando recibo la revista Alcántara no puedo esperar a leer algo, miro el Sumario y me fijo en dos artículos, “Memorias del Carneril” de José María Rubio y “Luz y hechizo de Cáceres, ciudad monumental” de Juan de la Cruz. 

Y José María Rubio dice así:

“Se vivía y se aprendía en la calle. Jugábamos a las carreras de chapas, al burro y los bolindres (canicas para el resto de España). Se practicaba un agujero, denominado guá, en las aceras de barro y se exponía a los más hábiles nuestros pequeños tesoros de figuritas  de plástico o los propios bolindres. Una época a la peonza y otra al yoyó, así discurría la vida sin consolas ni teléfonos móviles.”

“Pero la estrella era el fútbol. La explanada de tierra daba para dos campos, el de los mayores y el de los chicos, señalando las porterías con mojones de piedras lo que provocaba “Ha sido alta”, o  “no vale, ha sido trayazo”

“Cuando no había balón el juego más socorrido era la guerra. La joya del escondite estaba al fondo de la explanada, una casa en ruinas escondida entre la maleza de cardos altos y sin tejado”

“En los límites de nuestro espacio vital estaban las cuevas del calerizo, la principal junto al Colegio de Enseñanza Básica XXV Años de Paz, o la del Conejar, explorada por los chavales más atrevidos”.

“La Montaña. Una vez al año, por la festividad de Todos los Santos, la chiquillería se aventuraba a subir hasta el santuario de la Virgen ataviados con sus latas agujereadas y un puñado de castañas. Alguien hacía fuego y se introducían algunas brasas en los botes y con una cuerda larga se giraba el improvisado hornillo para asar las castañas”.       

Cacereñeando y la Luz de Cáceres deben estar en el imaginario poético de los cacereños asociados a Juan de la Cruz. Después de conocer la ciudad comencé a leer al escritor en su original blog y sus artículos sobre la Luz de Cáceres.

“El Ave que no vuela”, “Las 20 ermitas más espectaculares”, “De tipos populares cacereños”, “El General Margallo, Montánchez, Cáceres, 1839-1893”, y tantos otros artículos que te identifican con la ciudad y te reviven los rincones recorridos, abriéndote el deseo de una próxima visita a esa ciudad de ensueño.

He leído varios artículos de su “Luz de Cáceres”, que salen desde la memoria y desde el corazón, desde el alma del escritor, del investigador, del periodista, y mucho más desde el propio personaje cacereño que no puede dejar de cacereñear cuando coge pluma y papel.

Ahora me encuentro en Alcántara con esta otra “Luz y hechizo de Cáceres” que no es más que el mismo rincón del alma de tantas Luces de Cáceres que he leído en tantas otras ocasiones.  

Y me recuerda aquellas tardes plácidas cuando yo solo me adentraba en la vieja ciudad, recorriendo sus callejones y sus plazas, parándome en sus rincones, acompañándome, sin yo vislumbrarlo conscientemente, en aquellos momentos, esa Luz de Cáceres que sólo Juan de la Cruz sabe iluminar.

Y leyéndolo otra vez, esta vez en Alcántara, tengo un sueño; y me veo visitando las viejas calles donde vivía Don Valeriano, en los rincones donde seguramente su hijo jugaba al burro, a las chapas o a los bolindres. Y me veo en el Paseo de Cánovas, llegando hasta el Gran Teatro y bajando por Pintores hasta llegar a la Plaza Mayor donde los dos tomamos unas cervezas.

Entramos por el Arco de la Estrella, al atardecer, cuando la Luz de Cáceres se tiñe de rojo, y caminamos y callejeamos transportándonos al pasado de la joven Mansaborá saliendo por su escondrijo para encontrarse con el capitán.   

Y después de mucho callejear terminamos en la terraza de Atrio, con un menú extremeño regado con vino extremeño, bajo la Luz de Cáceres. Y brindamos. Por Cáceres.

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